Hoy se cumple un nuevo aniversario de los bombardeos a Plaza de Mayo que significaron un salto cualitativo en la confrontación de sectores de las fuerzas armadas, la iglesia y la oligarquía con el gobierno peronista, cuyo desenlace llegaría en septiembre de ese mismo año (1955) con el golpe de Estado. El comienzo de la “fusiladora” también abrirá un extenso periodo de resistencia popular.
Sin lugar a dudas los bombardeos del 16 de junio de 1955 constituyeron un antes y un después en la historia argentina. Las fuerzas armadas bombardearon a su propio pueblo. Un acto que luego de los crímenes de la última dictadura es de los más aberrantes la historia argentina de la segunda mitad del siglo XX. El carácter de clase de las FFAA quedaba demostrado de manera infame. Los destinatarios eran trabajadores que de manera espontánea comenzaban a acercase a la Plaza de Mayo y luego, convocados por CGT, se convertirían en miles. A su vez, como señaló oportunamente Eduardo Luis Duhalde, si se ven los nombres de los golpes del 55 y del 76, los vasos comunicantes entre los golpistas abundan.
Para 1955, el segundo gobierno peronista estaba atravesando una fuerte crisis. El congreso de la productividad no había logrado sus objetivos e incluso sindicatos como la UOM habían protagonizado huelgas de enorme magnitud, poniendo de manifiesto rasgos de fuerte autonomía de parte de la clase obrera respecto a lo que se decidiera desde el gobierno, claro que sin dejar de identificarse con él. Al mismo tiempo, la iglesia se encontraba en una férrea confrontación con Perón. Sin ir más lejos, unos días antes, el 11 de junio, había tenido lugar la movilización del Corpus Christi bajo el lema “Cristo Vence”. Iglesia y fuerzas armadas encabezaban una alianza estrecha desde la que se iba cocinando el golpe. Sectores de clase media y de las élites conservadoras, aparecían como su base social. Del otro lado, se ubicaban los sectores populares y el gobierno peronista, que había canalizado muchos de esos reclamos convirtiéndolos en derechos que al día de hoy aparecen como conquistas de la clase obrera a nivel mundial (aguinaldo, vacaciones, convenios colectivos, estatutos, comisiones internas, entre otros).
Esos dos campos políticos, si bien con identidades políticas marcadas, condensaron sin embargo una polarización de clase que no admitía medios términos. A la arremetida del golpe del 55 de la fusiladora y la proscripción del peronismo, la respuesta que se dio fue la resistencia, “los caños” y una extensa experiencia de organización obrera y popular que se manifestó en tomas de fábrica y revueltas como la que en Mataderos se llevó a cabo en torno a la toma del frigorífico Lisandro De La Torre. Ese proceso de lucha y de organización de la clase trabajadora fue creciendo en acumulación, se expresó en los programas de La Falda y Huerta Grande en 1957 y 1962, en la fundación de la CGT de los Argentinos, y tuvo su momento de mayor radicalidad con el Cordobazo y los azos del 69 que abrieron un nuevo ciclo político en el país. Sin poder contener o bloquear el ascenso de la lucha obrera y popular, la respuesta de las clases dominantes fue nuevamente cerrar filas detrás de las Fuerzas Armadas. Los vasos comunicantes se activaron otra vez.
Las clases dominantes, siempre, tienen un plan para preservar sus intereses. Construyen escenarios, ejecutan y bombardean (con los milicos, la Iglesia y también con los grandes medios de comunicación). Se agazapan y esperan. Tensionan para alcanzar escenarios de polarización como el del 55 que, a su vez, nos deben dejar balances políticos, deben arrojar conclusiones que nos permitan trazar la estrategia y las tácticas más correctas, nos deben permitir identificar cuáles son las disputas centrales en cada coyuntura y sobre todo, a no regalar espacio para las arremetidas y a avanzar con el pueblo.
Los bombradeos del 55 son una demostración histórica cabal de la la intolerancia y la voracidad de las clases dominantes, con quienes no se debe buscar ningún consenso ni acuerdo porque sencillamente eso es imposible. Hoy el caso de Vicentín en el marco de una profunda crisis sanitaria y social lo vuelve a demostrar, con la Sociedad Rural y los sectores más reaccionarios a la cabeza de una ofensiva contra la intervención y expropiación de una empresa que ha ejecutado un fraude contra el estado nacional. Hoy, nuevamente, sabemos que sólo el pueblo salvará al pueblo.