Darío y Maxi, “a nuestro lado no, en nuestra sangre que arde” 
(Nazim Hikmet, poeta turco)

*Por Ismael Jalil

 
“Abogado, abogado…¡llévele a las chicas!”. Y me dio un paquete abierto de galletitas de segunda marca a través de las rejas del calabozo… “me llamo Aguilar, déselo a ellas”, repitió a media voz mientras encaraba a su rincón en la oscura leonera.

Le había impactado el silencio que se hizo en el patio contiguo , cuando les informé a las compañeras detenidas: “Mataron a Darío…estaba con otro compañero”.

Habíamos ingresado de prepo en la comisaría de Avellaneda un rato antes, cuando aún no sabíamos lo de la masacre en la estación. Llevándonos por delante el cordón policial de la entrada y al grito rítmico de “Pi- que- te- ros… carajo” que fue contagiando el primer patio, el mismo en el que los compañeros varones, lentamente, fueron dejando las humillantes cuclillas.

Sumaban sesenta y tres las y los compañeros que fueron rápidamente asistidos por quienes copamos la seccional. Los heridos (todos con balas de goma) fueron trasladados al hospital, mientras el resto adelantaba los trámites para su liberación. 

Ir y venir entre esos dos patios era conmovedor. Abrazos, cantos, consignas, que hasta Aguilar -el preso de las galletitas y sus compañeros de celda- compartían. El riesgo de ser un no ser, desocupado, sin edad ni destino, les daba derecho a tirar la primera piedra y a fijar domicilio en las barricadas.
Pero la dura noticia todo lo cambió. Darío y Maxi habían sido fusilados en el hall central de la estación Avellaneda y llegaron sin vida al Hospital Fiorito. El riesgo de ser un no ser, los había convertido en blanco móvil.

Lo que habíamos analizado la noche anterior se estaba cumpliendo: el gobierno de Duhalde desde Nación y el de Felipe Solá desde Provincia, desplegaron todas las fuerzas federales y locales en el Puente Pueyrredón para impedir la marcha piquetera que avanzaba masivamente desde el Sur.Una jornada de lucha, que cortaba todos los accesos a la ciudad, coordinada entre los distintos grupos de trabajadores desocupados nucleados en el movimiento piquetero. 

Luego de alguna refriega importante en el puente, hubo un repliegue hacia la zona de la estación. Allí, dos perros guardianes del poder, Fanchiotti y Acosta, los bonaerenses comandados por Felipe Solá, terminarían la tarea encomendada. Nadie imaginó esas consecuencias. 

“Nadie” es una forma de decir. Duhalde y su gente no sólo lo imaginaron, además lo planearon y ejecutaron. La idea era hacer pasar los crímenes como el resultado de una reyerta entre “bandas piqueteras”, para de ese modo descabezar el más importante foco de resistencia que se mantenía en pie desde los acontecimientos de Diciembre de 2001. 
Para reorganizar la nueva realidad argentina, la burguesía local necesitaba recuperar la gobernabilidad e institucionalidad que el movimiento piquetero amenazaba. 

Ordenaron a la pléyade de periodistas y reporteros que cubrieron la jornada, la entrega de todas las filmaciones y registros gráficos. La segunda parte, la que garantizaba impunidad y armaba la causa, estaba en marcha.
Las voces oficiales eran reiterativas: enfrentamiento entre piqueteros. Tal vez por eso durante la tarde se repitieron escenas de represión en varios lugares. Pero la aparición de registros fotográficos propios, afines al movimiento, registros que secuenciaban los crímenes, fueron demoledoras evidencias. 

La historia cambió entonces. El tristemente célebre titular del siempre nefasto Clarín, sintetizó aquella frustrada maniobra del Poder: “La crisis se cobró dos nuevas muertes”. Ayer, hoy y siempre, los amanuenses dispuestos a traficar con tinta sangre del Pueblo. Y se instaló una nueva fecha como un hito en la historia de las luchas populares argentinas . El “26 de Junio de 2002” se sumará así a la Semana Trágica (aunque cueste denominar “trágica” a una semana en la que el pueblo sale a luchar), al 17 de Octubre de 1945, al 29 de Mayo de 1969, al 19 y 20 de Diciembre de 2001, entre otras tantas, como una línea de continuidad histórica indisoluble, arraigada en los sentimientos y la memoria viva de nuestra mejor gente.

“La justicia volverá cuando hayamos vencido”. No obstante, han sido ininterrumpidas las exigencias por la verdad, el juicio y el castigo de todos los responsables de la masacre. Algunos, como Felipe Solá por entonces gobernador de la Provincia, gozan hoy de puestos relevantes, más nunca han perdido continuidad y vigencia en el armado político de turno. Otros como Duhalde, se han convertido en portavoces de los sectores de poder. Tanto contribuyó a cara descubierta para que Macri llegue a la presidencia de la Nación, como a formar parte del grupo legitimador de las estafas de Vicentín. Ayer y más aún hoy, la voracidad capitalista se sintetiza en la ilegal e ilegitima deuda externa, en la represión y en la naturalización de todas sus barbaries. Pero lo que desvela al bloque dominante es su recomposición hegemónica.

Recompusieron la gobernabilidad a sangre y fuego y la institucionalidad con las elecciones. Entre la instalación de un gobierno de corte neodesarrollista, recreador de políticas con ampliación de derechos y la inestimable contribución de la fragmentación hacia el interior del denominado campo popular, derivó en la consolidación de una nueva expresión política, el kirchnerismo como modelo 2000 del peronismo.  
Pero el Poder estaba en otro lado. Desde el 2015 se hicieron del aparato estatal sin intermediarios y ahora vuelven a arremeter en defensa de sus privilegios y contra cualquier posibilidad de reposicionamiento del pueblo trabajador. Así lo demuestran su alineamiento férreo detrás de la defensa de Vicentín, su negativa al impuesto a las grandes fortunas, su fogoneo anticuarentena. Embalados, claro está, por las marchas y contramarchas de un gobierno que al igual que un motor de dos tiempos, parece que va a arrancar pero se ahoga frente a la primera dificultad.

Desafiando la actualidad que tiene la palabra “contrafáctico” me preguntaban en qué lucha estarían hoy Darío y Maxi. No dudo. Dando la batalla contra esos privilegiados que fugaron divisas, que espiaron, que estafaron, que condenaron a la pobreza y a la miseria a nuestro pueblo, que reprimieron y reivindican a los represores. Pero también y en la primera línea contra la pandemia, por la soberanía alimentaria, por la no policialización de la cotidianeidad, contra los despidos de los trabajadores y cualquier modo de reforma laboral, a favor de un impuesto a las fortunas y por el derecho a la vida digna en sus barrios, que ahora llaman vulnerables pero que, todos sabemos, son vulnerados constantemente.

No se que fue de la vida de Aguilar, el preso de las galletitas, pero en su gesto estará la clave de lo que seguramente DARIO y MAXI celebrarían: abrir caminos para la urgente unidad del campo popular y la imperiosa solidaridad de clase. Entender quién es y dónde está nuestro común enemigo.

 

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