“La bárbara matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 es una herida que permanece aún abierta y sangrante en la conciencia de México el 2 de octubre de 1970. Han pasados dos años, pero esto no es cosa del transcurrir del tiempo, sino del transcurrir de la justicia histórica: sólo ella puede cerrar esta herida. No obstante, ni la justicia histórica, ni nadie, ni nada podrá borrar este recuerdo: será siempre un acta de acusación y una condena.”

Con estas palabras José Revueltas hacía referencia al segundo aniversario de la Masacre de Tlatelolco en octubre de 1970. Han pasado ya más de medio siglo, y un se encuentran vigentes, ya que la injusticia no ha cesado en territorio mexicano, e incluso, nuevamente bajo el signo del PRI se han desarrollado nuevos crímenes de lesa humanidad, como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

El 2 de octubre de 1968 el régimen priista de Díaz Ordaz concretó la masacre en la Plaza de las Tres Culturas atacando un mitin estudiantil del Consejo Nacional de Huelga, con francotiradores, bandas paramilitares y ejército, sobre el cual incluso al momento hay controversias sobre la cifra de muertos. Sin informes oficiales, se ha llegado a hablar de 300 muertos y otros cientos de heridos de bala. Tal ataque represivo tenía como objetivo cerrar el ciclo de movilizaciones y radicalización de las bases estudiantiles mexicanas, que durante agosto y septiembre tuvieron un pico de organización enfrentando la represión y las ocupaciones militares de los espacios de estudio.

La lucha de los estudiantes mexicanos se destacó por su carácter de enfrentamiento el gobierno autoritario del PRI, defendiendo las conquistas democráticas alcanzadas. Una muestra de ello es que de los seis puntos del movimiento estudiantil, todos escapan a reducir las demandas a las cuestiones estrictamente universitarias: 1) Libertad a los presos políticos; 2) Destitución del jefe represor de la policía capitalina Luis Cueto Ramírez; 3) Desaparición del cuerpo de granaderos, que reprimía las protestas sociales; 4) Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, que restringían las libertades democráticas; 5) Indemnización a las familias de los muertos y heridos; 6) Aclaración de las responsabilidades de las autoridades, la policía, los granaderos y el ejército en los actos de represión y vandalismo.

De igual modo, el programa de demandas, se sustentaba en un movimiento que hacía de las universidades un espacio de lucha y organización para cambiar el rumbo de la educación y la lógica universitaria, en el marco de la sociedad general. De esta experiencia nacieron consejos de estudiantes universitarios que expandieron la idea de poder estudiantil para organizar cátedras, estudios colectivos, y proponerse llevar adelante el funcionamiento de la universidad. La autogestión se planteó como un signo del movimiento que puso en funcionamiento otro tipo de democracia, una participativa, cualitativamente diferente a la formal que proponen los claustros universitarios.

El ejercicio organizativo que nace desde las casas de estudio tomará cada vez más fuerza en el papel que tomará el Consejo Nacional de Huelga (CNH), un organismo estudiantil que se formó al calor de la lucha del ‘68, en agosto, entre las represiones de julio y la masacre de octubre. Su principios democráticos y de base plantearon que en el Consejo (i) sólo estarán representadas las escuelas en huelga, no en paro activo; (ii) habrá tres representantes por escuela, elegidos en asamblea; (iii) no se admite la representación de federaciones, confederaciones, partidos o ligas, sólo de escuelas.

Más de medio siglo, nos separa de la Masacre de Tlatelolco, pero bien sabemos que las heridas siguen abiertas, y en la actualidad miles de jóvenes latinoamericanos vuelven a escena para enfrentar el futuro que propone el capitalismo en su fase neoliberal: precarización del empleo y la vida. Las universidades -como en Colombia, o en Chile- vuelven a ser centros de organización de la juventud que pelea contra el autoritarismo y va ganando confianza para lograr sus reivindicaciones. Tlatelolco no se olvida, y octubre vuelve a ser un mes de memoria y lucha.

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