A 103 años de la revolución de octubre, la primera experiencia obrera de poder estatal, y a 141 años del nacimiento de León Trotsky pensamos ese proceso revolucionario desde el momento histórico actual, marcado por un mundo en crisis y atravesado por una carrera (capitalista) por la vacuna mientras la pandemia se extiende, y qué lugar ocupan hoy sus ejemplos y su tradición.
La historia de la lucha de clases y del movimiento socialista internacional tiene una fecha destacada en su calendario. El 7 de noviembre (o 25 de octubre depende el calendario) fue el día que la irreverencia de la clase obrera se hizo carne en una revolución que tiró abajo el zarismo y fundó el primer estado basado en el poder de la clase trabajadora.
Ese proceso no fue por generación espontánea, por supuesto. Fue el punto más alto de una larga acumulación revolucionaria que comenzó a finales de siglo anterior con el desarrollo de las organizaciones obreras y revolucionarias, tuvo un punto de inflexión con la revolución de 1905 y el surgimiento de los soviets -organismos de masas de trabajadorxs y campesinos- y culminó, primero con febrero que dio pie en segundo lugar a su hecho principal: octubre. De la revolución democrática a la revolución socialista, de Kerensky a Lenin. Nunca de forma lineal, sino de manera sinuosa, hasta casi traumática, conflictiva, mediada por la disputa y la lucha política de tendencias y orientaciones. Por pequeños hilos que buscaron su cauce hasta poder confluir en un torrente revolucionario.
Esto, claro, no ocurrió en la probeta de un laboratorio sino que sucedió, nada menos, con la primera guerra mundial de telón de fondo con su secuela de muertes, miseria y hambre. Con las nacientes potencias imperialistas con el cuchillo entre los dientes (y más) para disputarse la propiedad del mundo a costa de la sangre de millones.
El papel del partido bolchevique fue una rareza histórica en un sentido. Una organización marxista, con Lenin y Trotsky a la cabeza fueron fundamentales para aportar y constituir una dirección política que fuera capaz de orientar una salida revolucionaria en ese contexto sin marginarse sino buscando incidir y ser un factor activo del desenlace de los hechos. Un partido militante, de lucha y agitación pero también de propaganda y lucha ideológica, sin caer en lo sagrado de lo dogmático y atravesado por los debates y las crisis, por cierto, incluso o especialmente entre Lenin y Trotsky. Si bien el marxismo fue un denominador común de muchas organizaciones de la época, el bolchevismo tuvo que presenciar que la camada de autores y dirigentes socialistas con quienes crecieron (hasta quienes los formaron), los continuadores de Marx y Engels, se pasaran a las filas del sistema con el apoyo a las burguesías nacionales de sus países en la guerra mundial. Solo un puñado de figuras en el resto del continente como Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci fueron junto con el bolchevismo capaces de continuar y nutrir el hilo revolucionario.
Así, en un país gigantesco, mayormente campesino y analfabeto, bajo un régimen político cuasi feudal, un partido político marxista aislado del resto de los grandes aparatos socialdemócratas y en crisis con la Segunda Internacional, tomó el poder para fundar un nuevo tipo de estado basado en los organismos de las masas.
La osadía, la audacia y el heroísmo, reales y efectivos en el bolchevismo, se combinan con la capacidad de lectura de un momento histórico, de sus tareas y sus desafíos. Sin esquematismos ni expectativas en salvaciones mesiánicas sino a partir de la definición de tareas concretas para avanzar en un rumbo estratégico.
Más de un siglo después, resulta complejo reflexionar alrededor del legado de la revolución rusa. Llevaría -y lleva largos tomos- tanto la enumeración de sus logros (algunos de ellos que asemejan un lujo) como hasta la degeneración estalinista burocrática que destruyó uno de los mayores sueños que la humanidad -la real, la que debe trabajar para (no) vivir- tuvo y que hoy su desenlace en una derrota funciona como un látigo que el imperialismo y la burguesía quieren utilizar para que nunca más nos atrevamos.
Es indiscutible, aunque cueste asumirlo y decirlo muchas veces (más frente a los enemigos), que la coronación de la derrota del estado soviético -escenificado casi en caricatura con la caída del muro y la disolución de los restos de algo que había dejado mucho de ser- abrió un periodo histórico distinto. No donde la revolución ya no tiene lugar, pues en la medida en que existe la explotación, los principios que inspiraron al bolchevismo siguen teniendo más lugar que nunca. Pero nos plantea a su vez la tarea de la reconstrucción a la luz de las modificaciones de la estrategia del propio capitalismo neoliberal, de volver a poner en pie una fuerza anticapitalista y revolucionaria en otro momento histórico de crisis del capital con distintas tareas, quizás, pero los mismos objetivos. Donde modificamos las preguntas para volver a llegar a respuestas revolucionarias.
A más de un siglo de la revolución rusa, y habiendo pasado por la profecía del “fin de la historia”, el capitalismo sigue siendo un sistema de hambre y miseria para las grandes mayorías. En este momento también asistimos a choques y enfrentamientos entre potencias imperialistas, incluso cuando el mundo atraviesa una nueva crisis que no es culpa del comunismo sino del modo de producción capitalista. La pandemia y la crisis económica deja en evidencia un sistema que no puede superar sus propias limitaciones y descarga su impacto sobre las espaldas de millones en el planeta. Se habla hoy de la “vacuna rusa” como una posible salvación a una pandemia que golpea gravemente al país, pero el asunto es mucho más que un problema sanitario. Se trata de tomar en nuestras manos un sistema que no funciona como hace más de un siglo lo hicieron otrxs.
Nuestro homenaje a la revolución rusa y a sus organizadores nunca será el faccionalismo, su uso para la autoproclamación, apropiación o para la división de lxs revolucionarixs. Por el contrario, nuestra mejor manera de recordarlos es aportando a construir revolución hoy en unidad con todos los sectores que luchan contra la explotación. Para que un amanecer rojo vuelva a nacer en el horizonte de nuestros pueblos.