Los supuestos “defensores de la libertad”, aquellxs que hoy se aprestan a salir las calles bajo una amalgama de proclamas, son especialistas en tergiversar la famosa frase de San Martín: “seamos libres, lo demás no importa nada”. Si, se trata de los mismos que lo ningunearon simbólicamente al sacarlo de los billetes, y bastardearon políticamente su legado independentista a través de la tristemente célebre frase de Macri al rey de España.
Este lema les viene como anillo al dedo para unir su recalcitrante reclamo contra cualquier medida positiva en favor de los sectores populares al legado del padre de la patria. Por lo tanto se vuelve fundamental distinguir la paja del trigo. San Martín expresó esa frase al calor de la guerra de la independencia, en pos de la liberación del yugo colonial, nada más lejano a quienes hoy se quieren apropiar la bandera nacional.
La defensa de qué libertad
Es una realidad a voces que nuestra sociedad moderna y capitalista, se basa en la libertad (individual), dejando así de lado las otras dos banderas que la vio nacer incluso dentro del ideario de la propia burguesía: la igualdad y la fraternidad. Ambas son restringidas a la formalidad: la noción de ciudadanía, detrás de las formulaciones y textos normativos que reconocen el derecho formal de todos los ciudadanos se contrapone y contradice con un sistema socialmente desigual.
Sin embargo, con la aparición del neoliberalismo y su consecuente expansión del mercado en extensión y profundidad, se avanzó incluso sobre la idea de ciudadanos, y con ello sus núcleos de buen sentido (por ejemplo, la idea de colectivo), para pasar a construir consumidores. Unx consumidorx que se relacione con la realidad a través de lo que puede, o no, comprar; su modo de ser y estar en el mundo es a través del ejercicio del “derecho al consumo”, o sea, de la mercancía (que, a su vez, ellxs mismxs representan como fuerza de trabajo en el mercado) y la posibilidad de satisfacer la necesidad de comprar, usar, evaluar y desechar productos y servicios. Es importante notar en esta definición algunos sentidos tácitos: a) la satisfacción de la necesidad es individual, nunca colectiva; b) dicha necesidad también es fugaz, una vez obtenido el producto es necesario otro, porque en el mercado siempre hay algo nuevo que comprar; c) eso conduce a la insatisfacción que demanda algo nuevo y d) la sociedad, mide siempre en productos y servicios, nunca en derechos.
Así nacen consignas como “con mis hijos no te metas” de los detractores de la ESI hasta la movilización de hoy de aquellxs que exigen la libertad de producir y consumir en medio de una pandemia sin medir el costo colectivo que dicha libertad generaría en el sistema de salud y la población en general.
En otras palabras, la concepción tradicional, que sostenía el viejo conservadurismo de un supuesto un conflicto entre los derechos civiles, por un lado, y los derechos políticos y sociales por otro, se potencia, se radicaliza, llegando hoy a pregonar que la libertad individual (así en abstracto y sin ninguna determinación social o histórica) es incompatible con el reconocimiento de los derechos sociales que necesitan para su implementación de una intervención “coercitiva” del Estado, necesariamente agregamos porque debe afectar a quienes concentran la riqueza que produce lxs millones de trabajadorxs.
Detrás del argumento “con la plata de mis impuestos mantienen vagos” se deforma que quienes producen valor son lxs trabajadorxs mientras las empresas permanentemente se benefician no sólo de los despidos y recortes salariales, sino de exenciones impositivas y subsidios estatales (nada más lejano, por cierto, que la libertad económica del mercado que pregonan).
Al mismo tiempo, el/la/le consumidorx reduce todo problema social a problemas personales en los que la responsabilidad recae en las individualidades. Así da lugar al “si me cuido, ¿por qué no puedo ir a un bar a tomar una birra?”, sin evaluar la magnitud ni peligro del problema sanitario que genera la pandemia del COVID-19 o, por ejemplo, la incidencia de la responsabilidad de las grandes empresas que reanudan su producción sin protocolos o cumplimientos de las condiciones mínimas de seguridad e higiene.
Para quienes bregamos por la causa plebeya, la libertad es una de nuestras preocupaciones centrales. A decir de Carlitos Marx, en 1842: “la libertad es la esencia del hombre”. Pero claro, nuestra lucha por la libertad es fundamentalmente distinta a la de los anti-cuarentena porque representa intereses sociales contrapuestos. En este caso, la libertad como la democracia es un sentido en disputa, como ocurre cuando el fascismo y el imperialismo avanzan en Bolivia con un golpe de estado en defensa de las instituciones y el pueblo se levanta en resistencia para reclamar elecciones libres.
De allí que nuestra lucha por la libertad está indisolublemente hermanada, relacionada, conectada con la igualdad y la fraternidad de los pueblos. Para nosotros las tres banderas de la vieja revolución francesa hoy sólo pueden recuperarse y resignificarlas si son al servicio de las mayorías populares, no a los intereses del mercado y al individualismo. Esa última no es sino más que “la libertad” de los opresores para llevar adelante sus ataques.
La disputa de sentidos
En nuestro país, la llegada al gobierno de Cambiemos y su retirada con un alto 40% hablan del núcleo que ha logrado consolidar estas ideas de derecha.
Ese proceso se enmarca con el cuadro más general con personajes como Trump y Bolsonaro. Es así, que la pulseada en nuestro país no estaba, ni esta saldada por una derrota electoral y estos hechos de movilización por parte de la derecha siguen estando vigentes y siguen haciendo sus esfuerzos para masificar sus valores, aunque conciten más o menos adhesión en determinados escenarios.
Como izquierda tenemos la necesidad de disputar este sentido y convencer sobre la necesidad de salidas populares a las crisis; y no marcadas por el pulso de la derecha. La única forma de dar esta esta lucha es logrando la más amplia unidad y con una agenda del campo popular. Hoy atada a un impuesto a las grandes fortunas, defendiendo los derechos de lxs trabajadores e impulsando la amplia solidaridad de clase. Por eso, ahora en pandemia nos van a encontrar sosteniendo ollas populares para que todos puedan al menos tener un plato de comida, acompañando a una madre que perdió a su hijo en manos de la policía asesina y que la justicia –siempre predispuesta a ayudar y colaborar con los poderosos, pero nunca a los pobres – le niega; o con a la comunidad trans/travesti tan duramente golpeada antes y ahora con la pandemia, y en cualquier lucha que represente los intereses de les trabajadores. Siempre tejiendo lazos de solidaridad, es decir, de igual a igual.
Por eso no compartimos los pasos hacia atrás del gobierno nacional tanto en convalidar una deuda ilegal, ilegitima y fraudulenta como en el retroceso de la expropiación de Vicentín o en dejar de lado el impuesto a las grandes fortunas. O cuando hoy se pone en el centro la responsabilidad individual por la expansión del COVID y no en la clase empresarial, entre otros ejemplos.
Creemos que este rumbo no hace más que darle aire a la derecha para avanzar. Desde las izquierdas y el campo popular debemos aportar en unidad a marcar el pulso de la agenda política defendiendo los intereses de lxs trabajadores y no permitir que la derecha gane las calles y masifique sus intereses. Porque nuestra prédica de libertad no carece de sujetos, por el contrario está atada a la búsqueda y lucha de las clases subalternas, las mismas por la cual San Martín luchó. Por eso, nos encontrarán, antes, durante y después de la pandemia gritando: “seamos libres, lo demás no importa nada”.