Brasil se encuentra en una situación muy compleja. El descontrol de la crisis sanitaria lo coloca entre los países más afectados por la pandemia, a la vez que sumerge al país en una crisis política que llevó a un choque al gobierno de Bolsonaro con la cúpula de las Fuerzas Armadas. El discurso de subestimación del alcance del coronavirus se tradujo en una marcado déficit de medidas para poder contener el avance de la pandemia. El resultado está a la vista: más de 300 mil muertos desde que comenzó la pandemia. El desastre sanitario que golpea al hermano país empieza a poner en jaque al gobierno neo fascista de Bolsonaro y plantea la disyuntiva, a un año de las elecciones presidenciales, entre una salida reaccionaria y el desafío del pueblo brasileño en poder derrotarlo.
La pandemia de COVID golpea de forma muy dura a Brasil. Desde que comenzó acumula 12,7 millones de contagios y 318 mil muertes. Solo en el estado de Sao Paulo, que tiene una población cercana a los 44 millones de habitantes, equiparable a la población total de la Argentina, hay un acumulado de 2,45 millones de contagios y 73 mil muertes. En promedio, Brasil registra 75 casos por día. Un verdadero desastre que refleja con claridad que el salvar la salud y la vida del pueblo brasileño no es una prioridad para el gobierno de Jair Bolsonaro. Desde comenzada la pandemia, hace poco más de un año, han pasado 4 ministros de salud y la estrategia para controlar esta crisis nunca estuvo clara. Recientemente se anunció el corrimiento del militar Eduardo Pazuello y la llegada de Marcelo Queiroga. El motivo se debe a que Bolsonaro está ensayando algunos giros en su política de gestión sanitaria: a un año de comenzada la pandemia, se creará un comité centralizado para el manejo de la pandemia, además de firmar contratos con Pfizer para adquirir un lote de vacunas, luego de oponerse durante meses subestimando la necesidad de la vacunación para combatir al virus.
Al ultraderechista le preocupa su alza en la imagen negativa, según demuestran algunas encuestas, además de ver erosionado el apoyo de los grupos concentrados y las fuerzas armadas. Los sectores empresariales empiezan a desconfiar en Bolsonaro. Si bien el plan económico del bolsonarismo, con el ministro de economía ultra neoliberal, Paulo Guedes a la cabeza, tiene un claro alineamiento con los EE UU (en especial con la ex administración Trump) y busca introducir reformas estructurales contra algunos derechos conquistados en los años del PT, los grupos económicos ven con recelo el perfil irresponsable del presidente en otras áreas de gobierno. Por otro lado, muy recientemente ha renunciado la cúpula militar luego de una reestructuración de parte del gabinete que incluyó el desplazamiento del ministro de defensa. Esto es un elemento a tener en cuenta ya que la extensa presencia de militares como parte del gobierno (recordemos que el vice presidente es militar, e incluso el propio Bolsonaro fue capitán del ejército) siembran la duda sobre posibles maniobras auto golpistas como salida ordenada a la crisis. Además, subyace un cierto riesgo de que avancen causas por corrupción contra el actual presidente que podrían agudizar la crisis.
En ese sentido, la decisión del Tribunal Federal Supremo de retirar cargos al líder del PT, Lula Da Silva, reabren un nuevo ciclo en la disputa política en Brasil fundamentalmente por el peso que tiene la imagen de Lula para el pueblo. De todas formas, y siendo que las elecciones son recién en 2022, el PT tiene el dilema planteado en torno a si volverá a buscar alianzas con sectores de centro derecha (que colaboraron en el golpe a Dilma) o si se recostará en las expresiones más de centro izquierda e izquierda como el PSOL que propuso una alianza basada en un acuerdo programático para sacar al fascismo. Todo está por verse. Uno u otro camino definirán el perfil de la candidatura y campaña de Lula y del resto de las organizaciones.