La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto de la forma más extrema las distintas políticas que desarrollan los gobiernos en América Latina en lo relativo al cuidado de la salud y la contención de la crisis sanitaria y social. En el caso de Brasil, el negacionismo extremo de su gobierno está derivando en un genocidio silencioso, que reclama la intervención de los sectores populares para escaparle al destino de muerte y desidia que su presidente ha definido.
En las últimas horas se dio a conocer que Brasil es el cuarto país con más muertes a causa del coronavirus, tras superar a Francia, con miles de fallecidxs a diario a causa de la pandemia. Los contagios aumentaron en 33.274 personas en 24 horas -un nuevo récord diario- y alcanzó un total de 498.444, la segunda cifra más alta del mundo detrás de Estados Unidos, con casi dos millones de casos.
Sin embargo, esta situación no ha modificado en absoluto la política negacionista de Bolsonaro que se refirió a la pandemia como una “gripecita” y continua burlándose y desconociendo todas las medidas de confinamiento que en otros países –como el caso de Argentina- han dado resultados positivos en lo que hace a evitar la propagación de contagios. A su vez, al igual que Trump, sostuvo la implementación de cloroquina e hidroxicloroquina como tratamiento cuando se ha demostrado inclusive la muerte por el uso de los mismos.
Así, mientras la sociedad brasileña se encuentra presa de una política que condena a miles de muertes diarias, su presidente continua con actividades públicas y participación en eventos en una clara provocación a la mayoría de las políticas sanitarias recomendadas por organismos como la OMS, demostrando así su desprecio por la salud y la vida de las amplias mayorías en su país.
Esta situación se desarrolla en un cuadro en donde el gobierno de Bolsonaro ya aplicaba medidas de ajuste y perdidas de derechos estructurales a la clase trabajadora brasileña, y en un contexto de crisis económica se suman los recortes salariales, despidos y la acuciante situación de hacinamiento y hambre que se viven en las favelas.
Evidentemente, esto le valió una crisis política en su propio gabinete, con la renuncia de Sergio Moro – quien construyó la causa que llevó injustamente a Lula a la cárcel- al Ministerio de Justicia, y la dimisión de dos ministros de Salud. Sin embargo, parece no importarle ya que todavía cuenta con el apoyo de los militares y los generales de Brasil, a pesar de enfrentar el repudio de los gobernadores y de la propia Suprema Corte. Por otro lado, siguen las tensiones entre el ala castrense y el ministro neoliberal Guedes. Se vive en ese sentido una crisis política abierta con múltiples escenarios a desarrollarse, en donde es imperiosa la intervención de los sectores populares para enfrentar la política de Bolsonaro.
En este cuadro, se han desarrollado inclusive algunas manifestaciones populares, que aunque no han sido masivas son demostrativas de que puede revitalizarse las luchas callejeras en este cuadro, como lo demuestran las fuertes movilizaciones antirracistas en EEUU tras el asesinato por parte de las fuerzas policías de George Floyd. Sin embargo, también han movilizado sectores a favor de Bolsonaro y eso ha provocado enfrentamientos en las calles de San Pablo, demostrando aún más la complejidad de la movilización social, y la polarización creciente en el contexto de profundización de la crisis a nivel internacional.
Sin lugar a dudas la experiencia derechista extrema de Bolsonaro en Brasil, es la punta de lanza de todo un proyecto regional encabezado por Trump, que pretende modificar la correlación de fuerzas en América Latina y consolidar un proceso profundamente regresivo para los sectores populares en la región. Es imprescindible en este contexto no perder de vista las fuertes disputas y polarizaciones que atraviesan la región.
Por esto mismo, apoyar la organización e intervención del movimiento popular en Brasil para construir una salida que debe derrotar a Bolsonaro, es una tarea urgente y necesaria. Solo con el protagonismo popular y una amplia unidad podrá dejar atrás el proyecto de muerte que hoy se erige en Brasil.