“Los quiero ver juzgados, en esta plaza, en este sitio. Quiero castigo.” Pablo Neruda
*Por Ismael Jalil
Lo habían visto por última vez en las afueras de La Plata. En las cercanías de la casa de una mujer policía en actividad , cuyo teléfono figuraba en la agenda del policía genocida Miguel Etchecolatz, mano derecha del otro genocida, el General Camps, al frente de la Bonaerense en los años de la dictadura.
Era 18 de setiembre de 2006 y faltaban horas para que se conociera el fallo que condenaría a perpetua a Etchecolatz por los homicidios de Diana Teruggi, Patricia Dell¨Orto,Ambrosio de Marco, Nora Formiga, Elena Arce y Margarita Delgado y también por los secuestros y torturas descargadas contra el propio Julio y la inolvidable compañera Nilda Eloy.

Su testimonio -en realidad sus reiterados testimonios desde los tiempos de los juicios por la verdad- fueron decisivos para arribar a esa condena emblemática. La primera en considerar que hubo un plan sistemático de exterminio sin el cual, el proceso de destrucción nacional que encarnó la dictadura cívico militar eclesiástica, no hubiera podido concretarse. Los delitos de lesa humanidad fueron parte de un genocidio, y eso es lo que testimoniaba Julio.
Lo habían secuestrado el 27 de octubre de 1976 por ser un militante peronista. Liberado tres años después de torturas en diferentes centros clandestinos de detención , consagró su vida a procurar el juicio y el castigo de los responsables del genocidio.
El país oficial, el país políticamente correcto, explicaba la teoría de los dos demonios mientras alentaba el olvido y la traición. Leyes como la del Punto Final y la Obediencia Debida trababan cualquier posibilidad de Verdad y Justicia. Sólo una lucha persistente como la que dieron los Organismos podía cambiar la historia y quebrar el brazo de la impunidad. Los juicios, ahora legales, se abrieron, y en la lucha por la justicia no faltó Julio. Testimoniando en la etapa de instrucción en el año 2005 y un año después frente a los jueces del Tribunal Oral junto a otras y otros valiosos estandartes de la talla de Chicha Mariani por ejemplo.
En un ambiente plagado de provocaciones y amenazas de los miserables que rodeaban a Etchecolatz y hasta del propio genocida, el testimonio de Julio Jorge López fue determinante. La condena a prisión perpetua era un logro colectivo, en el que su aporte resultaba crucial.

Ni Etchecolatz ni la Bonaerense que todavía manejaba, lo iban a tolerar. Así fue entonces que eligiendo el día y las circunstancias, Julio fue otra vez secuestrado y finalmente desaparecido.
Aunque infructuosos en tanto aún permanece desparecido, sin embargo los esfuerzos de tanta militancia consecuente por encontrarlo deben destacarse.
Desde el estado en cambio, sea por la ineficacia judicial, sea por la lógica política de algunos ministros que recomendaban no impulsar nada “para mantener el órden en la díscola policía bonaerense” NO LO BUSCARON. Esta vez el estado no dio la órden de desaparecerlo, aunque sí hizo mucho para encubrir a los agentes que lo desaparecieron. La “investigación” estuvo a cargo de la propia bonaerense hasta 2008, año en que recién se consideró el hecho como Desaparición Forzada después de haberse dilatado (y hasta obstruído) medidas esenciales como los allanamientos a la cárcel de Marcos Paz, probable centro de operaciones desde dónde el genocida Etchecolatz dirigió todo el proceso y también, desde dónde el médico de policía Falcone recibió instrucciones para seguir a Julio tiempo antes de su último secuestro. Era del círculo íntimo de la misma mujer policía que vivía en aquella casa en lcuya cercanía se vio por última vez a Julio. Su domicilio fue allanado nueve meses después de haber sido denunciado.
El estado encubrió la desaparición de Julio Jorge López. Las declaraciones del estilo del ministro Aníbal Fernández que sugerían “está en lo de una tía” antes que a ridiculizar la idea de su desaparición apuntaban a deslindar responsabilidades inocultables de sus agentes. Todavía resulta increíble que el propio Etchecolatz, condenado en 2006 a perpetua por delitos de lesa humanidad haya permanecido en la fuerza hasta su retiro activo voluntario recién…en 2017. ¿Por aquello de mantener el órden en La Bonaerense?
Hoy, frente a los estertores del amotinamiento policial, convendría tener presente esta historia para no incurrir en los mismos errores.

Julio Jorge López es el significado de la palabra compromiso. Más del 56% de los desaparecidos por la dictadura fueron trabajadores como él. Como los Organismos (hoy vapuleados desde el ministerio de la provocación bonaerense) tuvo en sus espaldas la carga de identificar a los represores, sus cuevas, sus múltiples crímenes. Pero la impronta mayor de Julio Jorge López está en su condición antes que de testigo de su propio sufrimiento, en la de denunciante de un proceso en el que germinó esta idea procaz de desresponsabilizar individual y colectivamente todo lo relativo a la vida social y política argentina.
Julio Jorge López es un rotundo <mentís> a quienes piensan que la vida es el sálvese quien pueda.
Exigir la verdad y el castigo a los culpables es evitar una tercera desaparición. Recoger su bandera e imitar su lucha es hablar de futuro.