El 26 de Julio de 1953, algo más de 130 jóvenes encabezados por Fidel Castro, intentaron tomar los cuarteles Moncada y Céspedes en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo. Buscaban con esto iniciar una insurrección que derrumbara la dictadura de Fulgencio Batista, quien en vísperas de las elecciones del año anterior había tomado el poder con la venia de EEUU. La audacia y determinación de los asaltantes, transformó una derrota militar en una victoria política, iniciando un camino que culminaría con el triunfo revolucionario poco más de 5 años después. La Historia no sólo absolvió a Fidel sino a todes quienes entregaron su sangre en el Moncada aquel día, regando la semilla de la rebelión en Cuba y toda Nuestra América.

Cuba: de la independencia robada hasta el asalto Moncada

La historia de Cuba es la historia de lucha de un pueblo contra los sometimientos del colonialismo y el imperialismo. La isla fue colonia española hasta el tardío 1898 cuando estando a punto de obtener su independencia gracias a la lucha de décadas de figuras de la talla de Antonio Maceo y José Martí, el naciente imperio norteamericano intervino fraguando un ataque español a uno de sus buques para ocupar militarmente la isla y “decretar” su independencia de España. Extraña independencia esta donde se agregó una cláusula constitucional, la infame Enmienda Platt, que le otorgaba derecho legal a EEUU a intervenir militarmente en caso de que sus intereses fueran puestos en riesgo en la isla. A partir de este hecho EEUU se propuso transformar a Cuba no solo en su patio trasero, sino directamente en su burdel y trastero.
La resistencia popular ante los burdos atropellos y afrentas norteamericanas no se hizo esperar, pero fue ahogada por la corrupción de la clase política y las intervenciones a sangre y fuego cuando fue necesario.

A partir del golpe de estado de 1933, Fulgencio Batista había cobrado fuerza como hombre fuerte de las fuerzas armadas y sobre esa base se presentó a elecciones en 1940 donde con un discurso autoritario, pero con ribetes populistas, logró convertirse en presidente en un frente que incluyó hasta al Partido Comunista de Cuba (que ya había cambiado su nombre a PSP). Batista, títere del imperialismo yanqui, articuló un gobierno bajo los dictados del embajador norteamericano, quien era nada más y nada menos que Spruille Braden quien años después se transformaría en el organizador de la reacción frente al nacimiento del Peronismo en Argentina (Recordemos que uno de los lemas más importantes de la campaña electoral del ’46 fue “Braden o Peron”). Concluido su mandato, y ante la derrota del candidato que intentó imponer, Batista decidió radicarse en EEUU y controlar desde allí sus intereses, apoyado en el ejército y sectores de la burguesía con los que había entablado estrecha relación a partir de los negociados estatales.

Comenzó un oscuro periodo de inestabilidad donde la podredumbre de toda la clase política fue generando una cada vez mayor pérdida de legitimidad ante el pueblo Cubano. Allí comenzó a cobrar relevancia Eduardo Chibás, quien fundó el partido Ortodoxo denunciando la corrupción imperante. Estando en la universidad, un joven Fidel Castro comenzó a simpatizar fuertemente con este armado político, que tuvo un final estruendoso cuando en 1951 Chibás decidió suicidarse en vivo durante su popular programa de radio, como forma de generar un impacto que quebrara la apatía y generara un llamado a la acción para modificar el régimen político imperante. Fidel escuchó muy atento sus últimas palabras que declaraban que “Cuba tiene reservado en la historia un grandioso destino, pero debe realizarlo”.

Al año siguiente, en 1952, estaban convocadas elecciones donde Batista se postulaba como presidente, pero donde las encuestas le daban un 3er puesto detrás del favorito Agramonte del Partido Ortodoxo (y donde Fidel Castro iba como candidato a diputado). Ante esto, y cuando faltaban solo 90 días para los comicios, Batista decidió dar un golpe de estado y asumir el control dictatorial de Cuba. La tibia respuesta del Partido Ortodoxo, y de toda la “oposición legal” al nuevo régimen, le dejó claro a Fidel que la salida no podría ser en ese marco sino que esa generación de jóvenes debía tomar en sus manos la tarea de enfrentar con las armas a la dictadura y la opresión imperial.

Relataría Fidel años más tarde “¿Cuándo decidimos atacar el Moncada? Cuando nos convencimos de que nadie haría nada contra Batista, y de que un montón de grupos existentes no estaban preparados ni organizados para llevar a cabo la lucha armada que esperábamos”.

La generación del centenario

En 1953 se cumplían 100 años del nacimiento del revolucionario cubano José Martí, y de allí que el grupo de jóvenes encabezados por Fidel tomaron como emblema ser “la generación del centenario” que tenía como tarea llevar a cabo el programa de transformaciones que Martí había intentado llevar a cabo y fue frustrada por la intervención del imperialismo yanqui.

El Partido Comunista Cubano, que había cambiado su nombre a Partido Socialista Popular (PSP) era una organización sectaria y con una fuerte impronta estalinista. A partir de la expulsión en 1926 de Julio Antonio Mella había afianzado sus posiciones vacilantes y antipopulares, perdiendo el apoyo popular masivo. De allí que la generación del Moncada no provino de sus filas sino de las juventudes del Partido Ortodoxo donde se habían ido aglutinando en rechazo de las desilusiones con su dirigencia.

Este grupo de jóvenes apostaba a una estrategia insurreccional, eperando que el rechazo popular a la dictadura de Batista, unido a la rica tradición de levantamientos armados de la independencia cubana, lograría un rápido desenlace a favor de las mayorías populares. De aquí que su intención era asaltar los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba y Cespedes en la vecina Bayamo, a fin de poder armar rápidamente al pueblo, mientras se tomaban diversas instalaciones como el Hospital Civil y el palacio de Justicia para realizar el llamamiento general a la insurrección.

El asalto al cuartel y la respuesta asesina de la dictadura

Durante varios meses se comenzó a preparar una fuerza desde lo político y lo militar, reuniendo dinero para la compra de armas y entrenando en predios de la Universidad de La Habana. Ya decidido el destino del ataque, se alquiló la mítica Granjita Siboney en las afueras de Santiago, donde se finalizó el entrenamiento y se reunieron todas las personas y materiales necesarios para la acción. La elección del 26 de Julio se debió a que era el domingo de carnavales, lo que permitiría que no llamara tanto la atención el movimiento de personas que se reunirían para el asalto llegando a Santiago desde todo el país. Además, pensaban aprovechar la situación de que al atacar con las primeras horas del día, el grueso de los soldados estaría durmiendo o en malas condiciones luego de una noche de juerga.

A la madrugada antes de partir de la granja Fidel arengó a su tropa: «Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertado o muerte!»

A las 4 de la madrugada 131 personas partieron divididos en tres grupos hacia sus objetivos. La juventud de la mayoría era evidente: Fidel tenía 26 años, Abel Santamaria 25, Raul Castro solo 22, Haydee Santamaria 29 y Melba Hernandez era de las mayores con 31 años.

La toma del palacio de justicia y el hospital no tuvo inconvenientes, pero el grupo principal dirigido por Fidel encargado del Moncada vio rápidamente frustrados sus planes. Luego de sortear exitosamente el puesto de ingreso al cuartel el grupo se encontró de improvisto con un sargento que regresaba borracho y el intercambio de disparos arruinó el factor sorpresa que era decisivo en el plan para poder tomar el arsenal del cuartel antes de que el grueso de la tropa lo hubiera detectado. Ante esto se generó un desigual combate donde del grupo de asaltantes fue repelido rápidamente ante el mayor número y armamento del ejército. Muchos cayeron muertos en el tiroteo, pero muchos otros fueron capturados y salvajemente torturados y asesinados en la búsqueda del paradero de Fidel, quien logró escapar del cerco militar y adentrarse en la sierra.

La dictadura cometió uno de los actos más crueles y sanguinarios que se habían vivido hasta el momento, torturando y asesinando más de 60 prisioneros que habían sido capturados con vida. Entre ellos cayó el heroico Abel Santamaria, a quien Fidel no dudo el llamar “el alma del movimiento”, y quien siendo el segundo en rango detrás de Fidel tenía a su cargo la toma del Hospital Civil. Abel fue salvajemente torturado hasta su muerte, hecho que la dictadura intentó utilizar para quebrar a Haydee Santamaria, quien pese a también haber perdido a su novio en el ataque y que le llevaron los ojos arrancados del cadáver de su hermano, no dijo una palabra a los esbirros del ejército. Esta enorme revolucionaria cumpliría una importante tarea luego del ataque, ya que fue la encargada de pasar clandestinamente los textos que Fidel escribía en su calabozo de su futuro alegato.

Fidel fue apresado unos días después en la sierra, donde salvó la vida debido a que su captor no siguió la ordenes de asesinarlo en el acto, por lo que fue encarcelado. Cuando se le preguntó quien era el autor intelectual del ataque no dudó al señalar a Jose Martí. Al momento de ser sometido a juicio, viendo que no tendría garantías de parte del gobierno ya que no le permitían ni siquiera hablar en privado con su abogado, optó por asumir él mismo su defensa legal. Esto convirtió al juicio en un espacio donde Fidel magistralmente pasó de acusado a acusador, aprovechando ese espacio para denunciar los crímenes de la dictadura y sostener los motivos que justiciaban el ataque, en lo que se transformó en el programa del futuro Movimiento 26 de Julio. En este jucio declaró “para mis compañeros muertos no clamo venganza”, a pesar de que se contaban entre ellos algunos de sus más cercanos amigos, “Como sus vidas no tenían precio, no podrían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos”. Este largo alegato de Fidel finalizó aclarando que él no pediría clemencia a los jueces mientras sus compañeros estaban ya muertos o en prisión, cerrando con la mítica frase “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.

Siempre es 26

El asalto al Moncada fue el inicio de lo que se transformará en la primera revolución socialista de Nuestra América, transformando a Cuba en el faro de dignidad que aún hoy alumbra el rostro de todos y todas les pobres del mundo que se levanten contra la opresión y la tiranía. Hoy más que nunca debemos tomar el heroico ejemplo de esa generación del centenario que no se conformó con la apatía ante la falta de alternativas políticas para sacar a su pueblo del oprobio, sino que tomó en sus manos la tarea de construir lo que no existía y asumió la responsabilidad que la Historia puso sobre ellos. La sangre derramada ese 26 en el Moncada se multiplicó por todo el continente, dejando en claro que la bota imperial no podrá jamás pisotear la dignidad de los pueblos de Nuestra América, y donde el ejemplo de resistencia del pueblo Cubano por más de 60 años sirve para fortalecer los pueblos que hoy en día sufren los embates del imperialismo yanqui.

Sea un Julio caluroso en Santiago en 1952, o un junio invernal en Avellaneda en 2002, siempre habrá un 26 donde el pueblo levantará las banderas de su dignidad rebelde.

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