Controvertido, amado y cuestionado, nunca ignorado. De Fiorito a la cima, se constituyó como un símbolo de la cultura popular, que alcanzó la deidad aquel 22 de junio de 1986 en el estadio Azteca. Como todos, no era perfecto, como pocos, siempre sostuvo la bandera de los más humildes, de los pelusas que se pintan la 10 y “se hacen los Maradonas” corriendo atrás de una pelota.
Hoy murió el Diego, el humano, el terrenal, no la leyenda, esa no morirá jamás. Hace 60 años nacía en Fiorito, una villa del conurbano sur. Hijo de Don Diego y la Tota, soñaba con llevar un mango al rancho de madera y chapa donde “la vieja” a veces no comía para que coman él y sus hermanos, quienes no veían la hora de levantarse de la mesa y correr para el campito a patear hasta la noche. “Mi hermano es un extraterrestre” decía Lalo, sin saber que su hermano era el más humano de todos.
Cuando debutó en Argentinos Juniors, ya cientos de futboleros se miraban con los ojos brillosos, “¿y este pibe?” preguntaba un viejo en la platea a los codazos con otro vitalicio que se perdía en la gambeta de aquel petiso de rulos que empezaba a transformar un deporte en arte, en arte popular.
Después vino el mundial juvenil del ‘79, Boca, el Nápoli, y empezamos a conocer al Maradona que hizo tan feliz a un pueblo que, almorzando un pan embebido en mate cocido, lloró de alegría con el gol a los ingleses y la copa del mundo, o de tristeza profunda cuando le “cortaron las piernas”.
Fue un genio de la pelota, esa pasión tan inexplicable que nos merece reflexiones serias y sensaciones ilógicas. Pero eso no es lo que lo hace enorme, perfectamente imperfecto, el Diego nunca vaciló a la hora de elegir de qué lado pararse en plena cancha. Fue un tipo que no se dejó encandilar con los flashes del éxito a la hora de ponerse del lado de les que eran cómo él, de los humildes, de los nadies.
“Hay que ser muy cagones para no defender a los jubilados” le gritaba a un periodista, dejando claro de qué lado estaba, como cuando abrazaba las causas que abrazamos. Se fue diciendo que bancaba el impuesto a las grandes fortunas porque “en este país hay ricos y pobres. El que tiene se la guarda y el que no, pide por la calle.”
Maradona despierta las contradicciones más profundas, y cuestionando lo cuestionable, hoy queremos quedarnos con el Diego que le pateó el culo a la Italia rica con la casaca del sur, el que repudió al Vaticano, que bancó a la cumbre de los pueblos contra el ALCA y fue ovacionado en ese estadio de Mar del Plata estallado de ganas de cambiar el mundo, el que abrazó a Fidel y a la unidad latinoamericana. El que nunca dejó de mirar al mundo desde el lugar que lo hizo ser quien es, sembrando la felicidad en generaciones enteras.
El Diego que les estacionó un camión con doble acoplado a los chetos en la puerta, el que exclamó “policía nunca”, el que le puso los puntos a Macri y se plantó con la FIFA mil veces. El que abrazó a las Madres y a las Abuelas, el de la conciencia de clase, el que se cayó y se levantó mil veces, el que lo convirtió en cultura, en patria, en identidad.
Nos quedamos con ese Diego, con el que llenó de fiesta las barriadas y nos obliga a mirarnos más de cerca para cambiarnos.
Nos quedamos con ese Diego para siempre, porque siempre se va a quedar en nuestra historia. Ese Diego que desafió al poder, el que no se mancha.