Es 14 de junio, fecha de nacimiento de estas dos grandes figuras que marcaron para siempre al movimiento popular nuestroamericano. Es momento de recordar, reflexionar y también de recrear.
En Moquegua, Perú, el pequeño José Carlos nació en una familia más habitual de lo que solía decirse: una madre pobre de origen campesino se haría cargo de sus hijos e hija, mientras el padre limeño y su familia de bien se desentendían. Fue el 14 de junio de 1894.
Cuando en Europa, con la vitrina de la belle époque, las tensiones del mundo se agudizaban bajo la expansión imperialista que estallaría en la Primera Guerra Mundial; mientras un Perú exhausto tras la fallida Guerra del Pacífico desplegaba su República Aristocrática como experiencia peruana del dominio oligárquico; el joven Mariátegui vivió su niñez y adolescencia atravesado por la enfermedad de su pierna izquierda y el repliegue forzoso a la lectura que lo volvió autodidacta, luego peón de imprenta y finalmente periodista.
Con años de ejercicio del periodismo, y luego de haber vivido cuatro años en la Europa de posguerra, Mariátegui se convirtió pronto en una de las figuras políticas e intelectuales más relevantes del Perú. Durante los años 20, junto con Haya de la Torre fue impulsor del APRA mientras éste expresó un frente de diversas tendencias antiimperialistas, y también junto con aquel participó activamente de la renovación política e intelectual que empapó al Perú y a gran parte de América Latina tras la reforma universitaria de 1918. En ese marco fundó Amauta, la revista más importante del Perú, que expresaba esa amplia voluntad de transformación política y cultural, y por cuyas páginas pasaron las y los más diversos y radicales militantes e intelectuales. Se transformó en un referente claro para el movimiento de la clase trabajadora peruana, y en virtud de ese protagonismo fue parte central de la fundación de la Confederación General de Trabajadores de Perú, del periódico Labor, y del Partido Socialista del Perú como Secretario General.
De esta forma Mariátegui, pasaría a ser el primer gran impulsor de un marxismo forjado desde y para América Latina.
Seguramente una de sus mayores contribuciones consistió en haber entendido las características propias de la sociedad latinoamericana de comienzos del siglo XX, y haber actuado en consecuencia. La inserción en el capitalismo mundial y el nacimiento de una burguesía local, iban de la mano del carácter dependiente de América Latina y de esa misma clase, influidos tanto por el peso del capital extranjero como por su relación estrecha con las tradicionales clases terratenientes.
Mientras tanto, siglos de experiencia popular ponían en evidencia que, junto a la naciente clase obrera peruana, otro actor social cumplía un rol determinante en la perspectiva del cambio social. Las grandes mayorías peruanas, campesinas e indígenas, contaban con prácticas de reciprocidad herederas de su propia tradición cultural, que se expresaban en un vínculo con la tierra que jerarquizaba la labor colectiva por sobre la propiedad privada individual, y que empalmaba con un movimiento de lucha muy dinámico contra el gamonalismo terrateniente y por el acceso a la tierra.
Con estas constataciones, Mariátegui dio origen a un marxismo nuestroamericano que desde su nacimiento se desarrolló con un perfil antipositivista, ajeno a las concepciones esquemáticas que pretendían una realidad modélica basada en la evolución sucesiva de estadíos sociales que culminaban con el socialismo. En Mariátegui, en cambio, la realidad social a superar estaba integrada al mismo tiempo por la moderna dominación del capital imperialista y por la tradicional hegemonía del gamonalismo terrateniente, y no tenía chances de repetir el modelo de desarrollo impulsado por una burguesía nacional progresiva que tomaba el ejemplo de la revolución industrial inglesa. América Latina había entrado al mundo capitalista en otras condiciones, mucho más desfavorables, las burguesías locales no tenían ninguna intensión de romper sus lazos con el capital trasnacional y las clases terratenientes, y eran entonces las clases populares las que debían dar respuesta al problema nacional.
A la constatación del potencial revolucionario de la clase trabajadora que ya había mostrado el marxismo, la reflexión mariateguiana añadía la importancia del movimiento campesino-indígena, que además de tener protagonismo en las luchas sociales, contaba con una experiencia de socialismo práctico a partir de su propia tradición, y podía entonces prefigurar la propuesta de nuevas relaciones de producción para el Perú. A su vez, valoró las distintas experiencias de lucha, como la del movimiento estudiantil reformista, y -en un temprano 1924- la emergencia del movimiento feminista. De esta forma, en su reflexión sobre el “problema del indio” Mariátegui –retomando sin saberlo, los aportes de Marx sobre el problema ruso en la década de 1880- mostraba que el camino a la emancipación social llevaba el nombre de socialismo, pero no un socialismo “importado”, sino el fruto de la creación y desarrollo de las propias expresiones populares de Nuestramérica.
Además, ajeno por completo a las visiones evolucionistas que destacaban la “determinación” del medio (atrasado y dependiente), Mariátegui destacó la capacidad transformadora de las y los explotados y oprimidos, y opuso al determinismo conservador una perspectiva revolucionaria centrada en la capacidad transformadora de los sujetos, en donde su recuperación del “mito” ocupó un lugar central para señalar la actualidad del socialismo.
No se equivocaba. Tras su temprana muerte en 1930, la perspectiva del socialismo en nuestro continente vistió las ropas de hombres y mujeres campesinas, obreras, estudiantes, originarias y afrodecendientes. La apuesta a una superación del atraso y la dependencia latinoamericanos, y a una conquista de la efectiva igualdad social, estuvieron nutridas por doquier por corrientes socialistas. Fue así en los levantamientos de los años 30 en El Salvador y en Cuba, estuvo presente en la Guatemala de Árbenz, y alcanzó una enorme gravitación en la revolución boliviana del 52, donde el nacionalismo radical del MNR convivió con un movimiento obrero marcado por la perspectiva socialista, dando lugar a la reforma agraria, a la nacionalización de la minería y los recursos estratégicos y a la ampliación de derechos para las mayorías.
Y sobre la base de este andar se forjó entonces la primera revolución socialista nuestroamericana, con las luchas que llevaron a la conquista del poder a Fidel y a Camilo, a Haydée y a Vilma… a los hombres y mujeres que bregando por una Cuba y América Latina libres y justas, plantaron la bandera roja que Mariátegui izara en nuestro continente. Coincidiendo con el Amauta, la revolución cubana fue realizada por las y los trabajadores que libraron la lucha clandestina en las ciudades y protagonizaron las culminantes huelgas generales, por estudiantes que aportaron a la conformación del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio, por campesinos y campesinas que se plegaron a las guerrillas e iniciaron en los hechos la reforma agraria aún antes de la conquista del poder, por las mujeres que en la sierra y en el llano protagonizaron la lucha que culminó el 1 de enero de 1959, por hombres y mujeres negros, mulatos, mestizos y blancos.
Si alguien sintetizó el espíritu revolucionario de esta gesta, su rebeldía, su antidogmatismo, su voluntad igualitaria y su originalidad, ese fue sin dudas Ernesto Che Guevara, quien se convirtió además, en representante de la revolución cubana ante las siguientes generaciones que, en todos los rincones del mundo, reconocieron en Cuba un ejemplo del cual aprender.
En la senda de Mariátegui, el Che representó la realidad del socialismo latinoamericano, como construcción concreta de una sociedad igualitaria a partir del recorrido nacional, hijo de la cultura y la experiencia nuestroamericana. Y también como en el Amauta, el socialismo nuestoamericano del Che está marcado por la centralidad del sujeto por sobre las supuestas “determinaciones” del atraso estructural. Frente al discurso de representantes del capital, pero también del por entonces llamado “socialismo real”, que le negaban a Latinoamérica su posibilidad de experimentar el socialismo (aduciendo que primero debía desarrollar plenamente el capitalismo), el Che batalló abiertamente en defensa de un cambio estructural que no necesitaba atravesar de forma evolutiva esas supuestas etapas del desarrollo, y que para poder construir el socialismo debía ir mucho más allá de la distribución económica, forjando una subjetividad colectiva fundada en la solidaridad y el compromiso con la transformación social.
Muchos de estos valores y reflexiones marcaron, sin lugar a dudas, lo mejor de una generación revolucionaria, que desde la Argentina hasta El Salvador, desde Chile hasta Nicaragua desplegaron durante los años 60, 70 y en algunos casos también 80 y 90, la vocación militante de construir una Patria Grande Socialista con hombres y mujeres nuevos.
Hoy, con un mundo que ha cambiado enormemente tras el ciclo dictatorial y la caída del muro de Berlin, y con el despliegue del neoliberalismo a nivel global, la recuperación de estas experiencias no puede ser tomada para un “calco y copia”, como bien advertía el propio Mariátegui, sino como estímulo para la reflexión creativa y revolucionaria “digna de una generación nueva”.
Frente a la catástrofe social que vivimos, en un mundo en crisis económica y sanitaria que agrava la desigualdad, la necesidad de alcanzar un proyecto igualitario y diverso, donde no primen la ganancia y la propiedad, sino la realización humana y los derechos sociales tiene cada vez más vigencia.
La creación de “nuestro” socialismo, de nuestro suelo y de nuestro tiempo, será también una “creación heroica” que solo puede nacer del desarrollo de los movimientos que nutren nuestra realidad. La clase trabajadora y sus organizaciones, los movimientos sociales, el movimiento feminista, las diversas tradiciones políticas que pueden engendrar una perspectiva radical, entre otros, son el sustento sobre el cual es posible trazar un camino de emancipación.
También hoy es sobre la base de un proceso de lucha y de articulación política que adquiera peso de masas, que podremos volver a poner sobre la mesa, para nuestro presente y nuestro futuro, la recuperación de una perspectiva igualitaria. Es lo que decía ese entrañable revolucionario nacido el 14 de junio de 1928 -mientras Mariátegui forjaba el Partido Socialista Peruano-: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”.
Hoy cumple años la revolución nuestroamericana. Es momento de recordar y recrear.