Un nuevo aniversario del golpe de Estado que impuso el neoliberalismo desde Chile para toda Nuestramerica, nos enfrena a la oportunidad de extraer lecciones que nos sirvan para la coyuntura que atraviesa la región, y nuestro país en particular. El programa de un gobierno de base popular, los intentos de ofensiva imperialistas junto sus socios locales, el rol de la izquierda revolucionaria, la construcción del poder popular y la reactualización de una estrategia revolucionaria son aspectos vigentes que retomamos en esta nota.

La Unidad Popular: un programa de transformación y una vía inédita al socialismo

Hace cincuenta años, triunfaba por primera vez en la historia reciente un candidato a presidente abiertamente marxista, Salvador Allende, referente del Partido Socialista (PS) y líder de la Unidad Popular (UP). Esta coalición heterogénea, reunía además de PS, al PC, el Partido Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitaria y demás sectores democratacristianos, los cuales lograron aquel 4 de septiembre de 1970, sintetizar décadas de acumulación de fuerza popular, en un evento político histórico que daba el gobierno a una fuerza de izquierda, el marco de una división de los partidos de la clase dominante.

El carácter de izquierda progresista se expresaba claramente en su programa, signado por la necesidad de construir una “nueva economía” según la cual era necesaria un Área de Propiedad Social (APS) a través de la nacionalización de los recursos naturales esenciales (cobre, salitre, hierro, carbón), la estatización de los grandes monopolios como el de las telecomunicaciones y bancos (en su mayoría en manos de capitales extranjeros), y la profundización de una reforma agraria que afectó la extensa herencia latifundista. El método para llevar adelante tales iniciativas se basó principalmente en las nacionalizaciones por rescate e indemnizaciones, y no de expropiaciones. A su vez se desarrolló una política social en favor de los sectores populares: acelerada política de vivienda, reducción drástica del desempleo, aumento de sueldos, reforma de la educación, política de salud pública, instauración de trabajos voluntarios, etc.

El sustento estratégico de este programa era la llamada “vía chilena al socialismo”, según la cual, a través de una alianza de clases entre la pequeña burguesía, amplias capas populares, y la dirección del proletariado industrial, era posible una conquista gradual y pacífica del poder político, sin ruptura brusca del orden burgués, acompañada de la liquidación de las bases de la dominación imperialista, latifundista y monopólica, a través de medidas planteadas en la perspectiva de la construcción del socialismo. De este modo se diferencia de las vías existentes durante el Siglo XX basada en la insurrección de masas por la toma del poder, o la guerra popular prolongada llevada adelante por un ejército del pueblo.

La ofensiva derechista con el apoyo del imperialismo yanqui, y las concesiones de la UP

La contraofensiva de los grupos empresariales y los capitales extranjeros que se veían amenazados por el programa de Salvador Allende, no tardó en dar sus primeros pasos desestabilizadores. A las primeras reacciones por la delicada situación económica durante el primer año de gobierno, devino durante la segunda mitad del año 1972 una arremetida de las clases dominantes contra la UP basada en la de la confrontación de masas y el boicoteo económico generalizado. Tras el conflicto corporativo con los propietarios de camiones que desplegaron un paro por tiempo indeterminado -con el auspicio de la CIA quien financió la acción- se produjo un gran desabastecimiento de alimentos, al tiempo que se gestaba la unidad reaccionaria entre las organizaciones patronales, del comercio, profesiones independientes y los partidos políticos de derecha, al tiempo que aumentaban las acciones fascistas por parte de grupos de extrema derecha, como Patria y Libertad. De este modo se configuraban los dos tiempos de la estrategia golpista, basada en la agudización de la crisis económica con locaut patronales, agitando el desabastecimiento, al tiempo que se fomentaban las bandas fascistas y planificaban insurrecciones dentro de las Fuerzas Armadas.

La presión generada por la derecha expresada en el paro de los dueños de camiones y el locaut patronal, surgió efecto sobre la política de la UP, quien a los fines de resolver la situación económica e intentar dialogar con los “sectores moderados y democráticos” de la oposición derechista, llevó adelante: la creación de un gabinete cívico-militar integrando por primera vez al gobierno a altos jefes militares y compensando con dirigentes sindicales de la CUT; tiempo después llevó adelante el Plan Prats-Millas, que pretendía el retorno a las cámaras patronales de una porción importante de las empresas expropiadas; y por último, la puesta en marcha de la sancionada “ley de control de armas” que implicó el allanamiento de fábricas y poblaciones, que comenzaban a armarse en contra de los ataques fascistas.

La estrategia de ceder no resultó e incluso colapsó el 29 de junio de 1973, cuando el llamado “Tancazo” ilustró el levantamiento militar dirigido por el coronel Souper que desplegó sus tanques por Santiago en un fallido golpe de Estado, que fue resistido por sectores de las Fuerzas Armadas, y la resistencia obrera y popular que barrió al fascismo de las calles, impidiendo que el gobierno de la UP fuera derrocado. Tal como menciona Pascal Allende, esta derrota parcial de la derecha sentó las bases políticas para escarmentar a los militares golpistas y los partidos que lo impulsaban, lo cual hubiera desmoralizado y debilitado a ese bloque y fortalecido a los sectores radicalizados en la izquierda (dentro y fuera de la UP) que planteaban una estrategia de confrontación decidida con la burguesía, a la vez que afianzado los organismos de poder popular que constituían su base. Pero la táctica de la dirección de la UP continuó sin pasar a la ofensiva: los militares antigolpistas no fueron respaldados, se llamó al orden a los sectores populares, y se permitió que los militares requisaran fábricas y sindicatos buscando armas. La política de acordar alas “conservadoras moderadas” y aislar a los sectores más agresivos de la reacción, fracasó y les dio tiempo a las clases dominantes para reagruparse de cara al 11 de septiembre, donde inaugurarán un verdadero genocidio que tiene sus efectos hasta nuestros días.

El poder popular, su potencia y autonomía. Un pilar estratégico en la construcción socialista

El 5 de septiembre de 1973, días antes del bombardeo a la Casa de la Moneda, la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales de Santiago se dirigió, a Salvador Allende con una carta que finalizaba diciendo “le advertimos, compañero, que con el respeto y la confianza que aún le tenemos, si no se cumple con el programa de la Unidad Popular, si no confía en las masas, perderá el único apoyo real que tiene como persona y gobernante y que será responsable de llevar al país, no a una guerra civil, que ya está en pleno desarrollo, sino que a la masacre fría, planificada, de la clase obrera más consciente y organizada de Latinoamérica. Y que será responsabilidad histórica de este Gobierno, llevado al poder y mantenido con tanto sacrificio por los trabajadores, pobladores, campesinos, estudiantes, intelectuales, profesionales, a la destrucción y descabezamiento, quizás a qué plazo, y a qué costo sangriento, de no solo el proceso revolucionario chileno, sino también el de todos los pueblos latinoamericanos que están luchando por el Socialismo”.

Con un tono profético, los trabajadores reunidos en los Cordones Industriales, advertían a Salvador Allende del fracaso de seguir intentando pactar con una la legalidad cada vez más vencida. Su propuesta era centrar todos los esfuerzos en impulsar el poder popular que se venía gestando en órganos que se presentaban como embriones de poder dual, al margen del gobierno pero no en oposición a éste, tomando forma en consejos comunales urbanos, cordones industriales y los consejos campesinos. Fueron estas organizaciones protagonistas en enfrentar la embestida reaccionaria en octubre de 1972 organizando el abastecimiento en las poblaciones, y también en junio de 1973 enfrentado la intentona golpista.

Vale remarcar que tanto el PS como el PC llaman en más de una oportunidad a los Comandos Comunales a situarse bajo la autoridad de los intendentes o gobernadores de provincia, bajo la idea de no mostrarlos como “poderes paralelos al Gobierno”, intentando encorsetar los órganos del poder popular bajo el aparato del Estado y su gobierno. La falta de profundización en el desarrollo de dichos organismos, y el intento de institucionalizarlos en la órbita estatal, implicó que tales herramientas organizativas no logren superar la movilización en coyunturas de crisis y de manera temporal. En efecto, la falta de una dirección autónoma y preparada para asumir las consecuencias de la profunda convulsión social, generaron que el movimiento obrero y popular enfrente desarmado el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.

El rol de la izquierda revolucionaria. ¡Pueblo, conciencia, fusil, MIR, MIR!

“Levantamos una política, una relación de vigilancia con el nuevo gobierno que se origina. Una relación no de combate irrestricto, permanente y a todo, sino una relación de vigilancia. Una relación que apoya todo aquello que a partir de ese gobierno y su correlación interna de fuerzas, pueda permitir el fortalecimiento de las luchas del pueblo, y que rechaza, combate y denuncia cualquier concesión.”.

Estas fueron las palabras de Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en diciembre del año 1972, tras anunciarse el gobierno cívico-militar. Esta táctica se inscribe en la política que el MIR caracterizó tras el triunfo de la UP: apoyo crítico a las medidas populares, autonomía e independencia organizativa del gobierno, y construcción y desarrolló de organizaciones de masas y organismos de doble poder en la perspectiva de la destrucción del estado burgués, ya que considera que el triunfo de Allende implicaba un impasse en la lucha de clases y no la toma del poder por parte de la clase obrera y popular.

De este modo se configuró como la principal organización de influencia masiva que consiguió articular una estrategia revolucionaria para su proceso específico. En debate con la vía pacífica al socialismo el MIR se dispuso a construir una “fuerza social revolucionaria” que articulase fuerzas populares a través de diferentes “frentes de masas” con inserción entre las y los campesinos, estudiantes, pobladores y trabajadoras. Su política de acumulación de fuerzas se estructuraba en las “plataformas de lucha” que dialogaban con “las aspiraciones más urgentes y las necesidades más cotidianas de las masas” buscando elevar los niveles de conciencia, de organización y de capacidad de combate.

Tras los intentos desestabilizadores, el MIR planteó que “la clase obrera y el pueblo comprendieron que este era un momento de aumentar rápidamente su fuerza, tomar más posiciones, de estructurar su fuerza en el poder popular, única institución capaz de multiplicar sus energías y de fortalecer la alianza revolucionaria de clases” por ello dispuso todos sus esfuerzos en construir una fuerza propia que erija a los órganos de poder popular como principales instancias de organización autónomas del Estado y dispuestas a enfrentar la avanzada reaccionaria. La independencia de la UP no impidió al MIR de una colaboración activa para con Allende, política que se cristalizó poniendo a su disposición una parte de sus servicios de seguridad, en el famoso Grupo de Amigos Personales (GAP) que escoltaron al presidente.

Un aprendizaje necesario para la actualidad que merece una reactualización estratégica

En vísperas al golpe de Estado que encabezó el genocida Pinochet, el MIR sostuvo que no se asistía “al fracaso del socialismo, sino más bien al fracaso del reformismo”. Así sintetizó la inviabilidad de la vía pacífica al socialismo que encarnaba la UP, pero en cierto modo, no incorporaba en su posicionamiento la propia impotencia de la izquierda revolucionaria para encauzar las fuerzas populares en una política que supere la respuesta a la reacción conservadora, y se disponga a una trasformación radical.

Desde una perspectiva revolucionaria, existe una conclusión de larga data vinculada a que el principal error de la dirección de la UP fue seguir dando signos de vitalidad a una legalidad cada vez más vencida, y no apoyarse en las mayorías populares para construir una nueva institucionalidad basada en el poder popular. No obstante ello, no alcanza con quedarse en la comodidad de definir Allende como “un tapón que contuvo el ascenso de las masas revolucionarias”, sino que es necesario repensar porque las masas chilenas no encontraron en la izquierda revolucionaria un canal de proyección política para la trasformación radical de la sociedad. Desde ya que en un proceso político no da la pelea en el vacío, sino que enfrente se encuentra las clases que han ejercido el poder y la dominación durante décadas, al tiempo que poseen el apoyo del imperialismo yanqui y su maquinaria desestabilizadora.

Nuestro tiempo es muy distinto aquel que experimento la llamada vía chilena al socialismo. Actualmente no está planteada como perspectiva a corto plazo ni en el imaginario de amplios sectores la posibilidad de un proyecto socialista, de igualdad social y avance radical sobre la propiedad y el poder de las clases dominantes. Esta realidad nos plantea la necesidad de desarrollar una perspectiva radical partiendo de los escenarios más progresivos que se presentan: las luchas de sectores de masas y las iniciativas progresivas de gobiernos de corte antineoliberal. En este curso, y la luz de la historia reseñada en esta nota, podemos apuntar tres aspectos que presentan una actualidad político-estratégica para les luchadores populares:

En primer lugar, en el plano de las disputas políticas, mientras más se cede lugar a los proyectos derechistas, más terreno ganan los planes conservadores en su vocación reaccionaria. Las experiencias progresistas latinoamericanas que supieron impugnar al modelo neoliberal, en más de una oportunidad han otorgado concesiones a las fuerzas derechistas bajo el pretexto de dar cauce democrático a los conflictos sociales, pero terminaron allanando el camino para los planes golpistas y conservadores.

En segunda instancia, en términos de correlación de fuerzas, es clara la necesidad de construir un poder del pueblo que eleve la consciencia y sea el pilar contra la ofensiva derechista. Un claro ejemplo podemos verlo a la luz de lo acontecido en Bolivia y Venezuela. En el primer país, el cual posee los mejores índices económicos y parecía el proyecto más estable del progresismo regional, la ofensiva golpista con auspicio de Trump, derrumbó de un plumazo el proyecto encabezado por Evo Morales que no tuvo (más allá de heroicas resistencias) un apoyo antigolpista nacional. En otro orden de impronta, podría decirse lo mismo del PT y el golpe a Dilma y el encarcelamiento de Lula. En cambio, en Venezuela, con una crisis económica sin precedentes, ha sido la unión entre las Fuerzas Armadas Bolivarianas y el pueblo chavista, el que ha derrotado en más de una oportunidad la ofensiva derechista.

En tercer orden, de alcance estratégico, se evidencia la necesidad de una preparación para la ruptura revolucionaria. Todo gobierno que pretenda lleva adelante un programa de trasformación en pos de los intereses de las masas, se verá indefectiblemente ante el problema de soportar el asedio económico de los grupos empresariales, y la necesidad de apoyarse en la movilización de masas para romper con la dependencia estructural de nuestra región.

El pensador Ruy Mauro Marini, integrante del MIR, decía que “a la pregunta de si existe una vía chilena al socialismo, la respuesta sólo puede ser afirmativa: existen tantas vías al socialismo cuantos sean los pueblos que emprendan, bajo la dirección del proletariado, la tarea de destruir la sociedad explotadora burguesa. Se puede, en este sentido, hablar de una vía rusa, una vía vietnamita, una vía china, una vía cubana, una vía propia a los países de Europa oriental. Pero ninguna de ellas es en sí un modelo”.

Será entonces tarea de nuestro tiempo, como hoy sucede en el Chile que se quiere desembarazar del legado pinotechista y retomar una senda de transformación: pensar y actuar en una hipótesis estratégica para la actualidad. Abriendo Caminos, nació con ese desafío que sintetizó en la necesidad de guiarse por una perspectiva de radicalización a partir de un análisis de la situación concreta, y no por esquemas de determinados triunfos revolucionarios o apegos a tradiciones políticas. Por ello, pretendemos ocupar un lugar destacado en la lucha contra las expresiones de derecha, el golpismo, la ofensiva antiderechos; impulsar la lucha y organización popular en defensa de los intereses inmediatos de amplios sectores de masas, para obtener conquistas parciales que permiten la acumulación de experiencia política; abonar a la estructuración de experiencias políticas y político electorales que puedan ser canal de estos procesos de lucha progresivos, para superar el carácter social y parcial de las luchas y colocarlo en el terreno de una alternativa política integral; y apostar a un proceso de radicalización de los movimientos y experiencias progresistas y antiimperialistas, con la perspectiva de que empalmen con procesos de ruptura con el régimen social actual.

Esta es nuestra perspectiva de trasformación, y hacia allí nos dirigimos, con todas las fuerzas de la historia!

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