*Por Ismael Jalil
Tal vez resulte cruel como el perro de la canción que no se contenta con los restos. La memoria sirve para la liberación colectiva, porque a su través se entiende el pasado y lo que es más importante aún, se intuye el porvenir.
De los tres experimentos neoconservadores que devastaron la Argentina de los últimos cincuenta años, el que encabezó Carlos Saúl Menem ha sido el más emblemático, el más cargado de símbolos, el determinante.
Más que un ejercicio retórico con imágenes del presente -que sintetizan a quienes mandan de un tiempo a esta parte- podría afirmarse sin hesitar que si la Dictadura con Martínez de Hoz preparó el terreno, Macri cosechó lo que en el medio sembró el que fuera preso político de los militares, gobernador de la Rioja en 1983 y candidato peronista a la Presidencia en los turbios y precipitados finales de la breve hegemonía alfonsinista.
En 1989, Argentina atravesaba la hiperinflación y se avecinaba un nuevo intento de reformulación de la relación capital-trabajo. Conceptos tales como mercado, flexibilización laboral, privatizaciones, productividad, cooptaron el discurso político.
La demonización del estado (en su faz económica y por oposición a la economía libre de mercado) fue uno de los argumentos centrales en los que se construyó la nueva subjetividad. Erradicar definitivamente el costado benefactor del estado y sustituírlo por una versión reducida a funciones indelegables como la de proveer a la seguridad ciudadana, era un objetivo.
Centralmente, la acción individual y privada por sobre la ineficiencia de todo lo público y estatal junto a la sublimación del derecho de propiedad privada por sobre el criterio “confiscatorio cuasi colectivista” que se le achacaba al estado de bienestar.
Por añadidura, surgía la instalación de un estado neopunitivista dispuesto a salvaguardar ese derecho sublimado.
El consenso que no obtuvo la Dictadura con su bagaje de crímenes de lesa humanidad, lo tuvo Menem atreviéndose a liquidar las joyas de la abuela (así se denominó al proceso de despojo de las principales empresas estatales) y la instrumentación de un plan de convertibilidad monetaria (el uno a uno del peso dólar) que terminó con la hiperinflación a un costo social elevadísimo: la tasa de desempleo por ejemplo se duplicó y del 7,6% tocó techos de casi el 18% para finalmente establecerse en algo más del 14%. En paralelo un sistema de sobreendeudamiento que aseguraba para los organismos multilaterales (en especial el FMI) el control directo de la economía nacional.
El tándem Menem – Cavallo instalaba una realidad camuflada por el consumismo al tiempo que producía la mayor cantidad de pobres y marginalizados sociales sólo comparable a lo que veinticinco años después reinstaló el desastre macrista.
Inspirado en políticas que tendían al olvido y al perdón, completando la saga de la vergüenza que inaugurara el gobierno radical que lo antecedió, dictó los indultos y la amnistía para todos los militares genocidas.
Mediante el impulso de las “relaciones carnales” estableció un firme e incondicional alineamiento de la política exterior del país con los dictados de los EEUU.
En estos tres aspectos la mirada desde los intereses populares bien puede resumir su doble mandato: Pobreza y marginalización social, desprestigio y vulneración de toda conquista en materia de DDHH y entrega de la soberanía nacional.
Para muchas y muchos compañeros de innegable buena fe MENEM ha sido un traidor. Había llegado al poder (y fue reelecto en 1995) por el voto mayoritario de un electorado heterogéneo en el que, la clase trabajadora y el peronismo como su expresión masiva, resultaron decisivos.
No es conveniente adherir a las simplificaciones y mucho menos a las que intentan explicarlo todo desde una versión “policíaca” de la historia. Hay límites propios en todas las fuerzas políticas y el peronismo no está exento de ellos.
Hemos perdido el rastro unos minutos…
MENEM siempre fue mucho más que aquella frase emblemática: “si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, MENEM expresó el aggiornamiento del PJ como estructura indispensable para garantizar gobernabilidad local frente al cambio de la historia que a nivel mundial se implementaba.
MENEM sepultó la idea del peronismo como “hecho maldito del país burgués” para convertirse rápidamente en “el presidente cuya mentalidad fue transformada por Bernardo Neustadt”.
Y esto no es el producto de una decisión personal, ni de un entorno equivocado o maligno, es el derrotero de una política conciliadora y disciplinante de las masas , sin la cual la política de entrega y sometimiento no se hubiera llevado a cabo.
Acostumbrados como estamos a lo formal antes que a la verdad, no sorprende que se le rindan tributos (al fin y al cabo hubo referentes históricos que allá lejos y hace tiempo lo tildaron como el mejor presidente de la historia después de Perón). Pero existe algo más que una cuestión protocolar o regla mínima de urbanidad política detrás de eso homenajes.
Hay cierta reafirmación de un modo de entender la política: “como un ensayo general para la farsa actual”.
Farandulización de la política: discusión de nombres antes que de proyectos. Pragmatismo conservador: hacer de lo posible lo único posible, no confrontar ni mucho menos polarizar. Ampararse en una presunta correlación de fuerzas negativas sin intentar nada para revertirla y justificando en ella nuestras permanentes regresiones. Desmovilizar, fragmentar.
Tal vez resulte cruel y ya no por parecerme al perro de la canción, sino por no aceptar que será en vano ir corriendo a ver que escribe en la pared la tribu de mi calle… Buena suerte.