Trotsky ha sido sin dudas uno de los principales líderes revolucionarios de la historia, constituyendo bajo su figura una definida tradición en las izquierdas del mundo. Hoy, a ocho décadas años de su asesinato vil por un sicario del stalinismo, vale la pena recordarlo y pensar su legado para quienes seguimos luchando para terminar con el capitalismo. 

Sin dudas, en estas semanas abundarán (merecidamente) los recordatorios y biografías de León Trotsky en las publicaciones de las distintas organizaciones de izquierda de nuestro país. Esto no es casual, responde al profundo arraigo que han tenido sus ideas en la Argentina, siendo casi una excepcionalidad respecto de gran parte de los países donde las fuerzas trotskistas han tenido enormes dificultades para estructurarse. 

Dirigente del Ejército Rojo, agitador, estratega, político incansable, todo eso y más fue Trotsky. Una vida atravesada por la convicción de que la revolución no sólo era posible sino necesaria. Protagonista indiscutido de la historia de las primeras cuatro décadas del siglo XX, su nombre sigue resonando pasadas ocho décadas de su asesinato. 

Ahora bien, ¿qué reivindicamos de este gran revolucionario para nuestra militancia en el siglo XXI? En primer lugar, resulta importante destacar su profundo internacionalismo. Tanto en sus análisis, siempre anclados en la dinámica de la coyuntura internacional, como en su praxis política como activo organizador y militante por la revolución socialista mundial en un contexto internacional de enormes convulsiones y levantamientos. Con ese norte como estrategia, comprendía las posibilidades y oportunidades revolucionarias que se abren en los países atrasados producto del desarrollo desigual y combinado del capitalismo y, por lo tanto, la importancia de la pelea y movilización de las masas contra el imperialismo. 

En esta línea, dedicó gran parte de su vida a la disputa con el stalinismo y la degeneración que este había desarrollado sobre el pensamiento leninista. Trotsky batalló en forma incansable, no sólo contra las injurias e infamias a su personas y sus ideas, sino fundamentalmente contra la concepción de “socialismo en un solo país” en una defensa implacable de la concepción internacionalista de la revolución propia de la tradición de Marx, Engels, Lenin y que luego también recuperará con fuerza el Che. La necesidad de construir un partido y organización internacional, a la luz de la crisis económica y la pandemia que azota el planeta, muestra la vigencia de estas ideas para quienes soñamos con cambiarlo todo.

En este sentido, Trotsky sigue siendo un referente para pensar qué táctica y qué estrategia revolucionaria. Pero no en un plano dogmático ni escolástico, sino aprendiendo de su propia forma de análisis: formulando las tareas concretas que se desprenden ante cada caracterización. El mundo que vivimos hoy, a 80 años de su asesinato, sin dudas presenta modificaciones sustanciales al contexto internacional en el cual se erigió, por ejemplo, la IV Internacional. Pretender aplicar mecánicamente formulaciones de varias décadas atrás a la realidad actual, sin mediación alguna, está muy lejos de lo que el propio Trotsky concebía. 

“El pensamiento marxista es dialéctico: considera todos los fenómenos en su desarrollo, en su paso de un estado a otro. El pensamiento del pequeño burgués conservador es metafísico: sus concepciones son inmóviles e inmutables; entre los fenómenos hay tabiques impermeables. (…) En el proceso histórico, se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria o …contrarrevolucionaria. Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política. Qué diríamos de un artista que no distinguiera más que los dos colores extremos en el espectro. Que es daltónico o medio ciego y que debe renunciar al pincel. ¿Qué decir de un político que no sería capaz de distinguir más que dos estados: “revolucionario” y “no revolucionario”? Que no es un marxista (…)” 

En este sentido, Trotsky a lo largo de su vida, fue modificando y proponiendo políticas distintas y ajustando sus pronóstico ante cada desenlace de la coyuntura y la lucha de clases. De ese modo, ante el ascenso del fascismo y el nazismo, el líder del Ejército Rojo llamó a desarrollar el frente único con las direcciones traidoras de la socialdemocracia contra la política criminal del estalinismo que pasó de un sectarismo exacerbado con el planto de “clase contra clase” (equiparando a la socialdemocracia con el fascismo) al frente popular y la revolución por etapas que colocaba a la clase obrera a la cola de organizaciones y partidos de la burguesía. 

En el mismo sentido, y como parte de su audacia, fue un político que intervenía con la mirada puesta en las formas para lograr multiplicar la participación y desarrollar la conciencia de las masas sin caer en los sectarismos que muchas veces vemos en sus seguidores en la actualidad.  

“Las tentativas sectarias de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios” como una segunda edición del partido, significa de hecho, la renuncia a la lucha por la dirección de la clase obrera (…) Si es criminal dar la espalda a las organizaciones de masas para contentarse con ficciones sectarias, no es menos criminal tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucionario de las masas al control de camarillas burocráticas abiertamente reaccionarias o disimuladamente conservadoras (“progresistas”)”.

Sin duda, la pelea contra toda forma de burocratización es otra de sus lecciones. La importancia de la democracia partidaria y sindical, pero principalmente debe destacarse su militancia contra la burocratización de la revolución ante el ascenso de Stalin y su advertencia que, eventualmente, esto llevaría a la pérdida de las conquistas y a la restauración capitalista. Aquí, por supuesto, su análisis de la URSS no era cerrado sino dinámico, al proponer la necesidad de la revolución política para superar las trabas de la burocracia, pero con una defensa de la URSS como estado de lxs trabajadorxs y las conquistas de la revolución rusa ante los ataques del imperialismo. 

En este punto, resulta importante detenerse en que, efectivamente, Trotsky pronosticó en forma correcta que la burocratización de la revolución rusa -un “accidente histórico” resultado de una combinación de factores- concluyó en una restauración capitalista en el exEstado obrero. Sin embargo, la dinámica política específica con la que se desarrolló en la Rusia actual ese proceso así como las características particulares que asumieron posteriormente las formas estatales emergidas de procesos revolucionarios -desde China y Vietnam hasta Cuba- alcanzaron una extensión temporal y una complejidad política que, probablemente, Trotsky no había previsto pero hubiera buscado atender. Lo mismo ocurre con la etapa histórica en forma más general con la derrota histórica de la clase obrera entre los 70 y 90´s. Hoy no basta simplemente con recordar que muchos de sus pronósticos fueron correctos o acertados, sino también pensar cuáles no o fueron limitados y cuáles ameritan ser revisados a la luz del periodo que atravesamos luego de la caída del muro y la ofensiva imperialista neoliberal.

Desde Abriendo Caminos recogemos sus lecciones como una inspiración porque, ante todo, nos ata con su figura la esperanza y convicción de que otro mundo es posible y por eso militamos a diario: “La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente” 

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