Por Lauti Radovich
Todo esto de la muerte de Maradona me tiene sumergido en una contradicción insoportable. Siempre bancando las contradicciones, militando ese lugar con potencia transformadora, todo eso. Pero hoy realmente deseo que se vaya.
La cuestión es algo así:
Maradona fue un millón de cosas al mismo tiempo. Sublime futbolista, niño pobre, varón violento, padre ausente y un ser cercano siempre a las causas populares. No voy a abundar en esta descripción porque a menos de 24 hs de su muerte se ha escrito y dicho tanto que mi aporte sería obsoleto. Ahora bien, esta realidad humana tan peleada consigo misma, tan posible de ser simultáneamente cosas contrapuestas, no es ni más ni menos que lo que nos pasa a todes. Todes, o por lo menos una gran parte de la humanidad, estamos heches de verdad y mentira, de cosas bellas y de otras podridas que no se anulan ni se compensan. Están ahí, simplemente, existiendo.
También entiendo el cariño popular hacia Maradona, de verdad que lo entiendo, pero no lo siento.
¿Por qué no puedo? Me gustaría sentirlo. Me gustaría formar parte de esa turba hecha de gente de todos lados despidiendo a alguien que querían, sintiéndose parte de algo mucho mas grande que la propia individualidad, ejerciendo una pertenencia que, aunque hoy duela porque la muerte sigue siendo el mismo misterio de siempre, forma parte de nuestra historia. Maradona era mucho más que sí mismo. ¿Quién puede soportar eso?
Cada vez más, mi escritura está hecha de puras preguntas.
¿Por qué no puedo sentir lo que deseo sentir? ¿Nunca se elige el propio deseo? ¿Solo nos queda asumirlo o podemos operar sobre él? Quiero llorar a Maradona sin dejar de saber quién fue. Quiero compartir con esos chicos que ayer vi llorar en la Bombonera algo de su dolor. Pero no me sale.
Hoy me desperté recordando mi paso por una canchita de fútbol, a los diez años. Iba a entrenar en un equipo de mi barrio. El equipo de chicos no era para nada amable conmigo y lo entendí desde el primer momento. Había algo raro en mí, era muy afeminado, los chicos se daban cuenta y no podían hacer otra cosa más que molestarme o dejarme afuera, aunque nunca se nombró esa putez hasta muchos años después. Recuerdo con mucha vergüenza cada error cometido en un partido o entrenamiento. Porque era el pase gratuito a expresar esa burla. No era el único burlado. No solo la putez es motivo. También la gordura, por ejemplo. A veces también la pobreza.
A mí me gustaba el fútbol. O a mí me gusta el fútbol, ya no sé.
Lo que me aleja es esa experiencia, y otras, en las que el fútbol, más que cualquier otra cosa, representó para mí violencia, sufrimiento, vergüenza y soledad. Tragar la rabia, sentirte una mierda. Yo era demasiado sensible, ok. Eso es cierto. Y esos chicos lo sabían. Entiendo que, como niños igual que yo, no pudieron hacer más que lo que hicieron. Y a los pocos meses dejé de entrenar luego de animarme a pedirle a mi viejo que no me llevara más, de camino a un entrenamiento. Su respuesta fue “Bueno, pero termina el año y después no volvés”. Yo acepté, tuve que negociar. En definitiva, mi viejo me entendió sin hacerme demasiadas preguntas.
También recuerdo que por esos años fui a ver un partido a la Bombonera (también con mi viejo) en el cual no pude soportar a un tipo en particular que no paraba de insultar a las mujeres de las familias de todos los jugadores de Boca. No era el único, claro, pero estaba cerca y particularmente desbordado. No pude entender cómo ese juego tan simple pudiera convertirse en algo tan horrendo. ¿Ese tipo disfrutaba del partido? En fin, en un momento sentí mucha impotencia y me largué a llorar. Ese día entendí que las canchas no eran mi lugar y lo acepté silenciosamente. Mi viejo siempre recuerda ese día con una risa, por suerte. Si se ríe es porque algo entendió, no?
Me urge escribir porque no sé que sentir. No comparto las posiciones ultra de algunos feminismos que salen a matar nuevamente a alguien recién muerto, aún cuando es llorado por miles y miles, incluso sus propies compañeres. No creo en esa vara moral que se parece bastante a la católica (la cual, hay que decirlo, también representa a miles) en la cual no existe la empatía, y el convencimiento es coerción, nunca diálogo. Sin embargo, también hay dolor ahí.
Nunca le exigiría a alguien que sufre, que deje de hacerlo. Nunca le diría que su dolor no vale, porque el dolor del pueblo nunca es cómplice de las atrocidades que se cometen contra él. Sanar el dolor, no negarlo ni castigarlo. En eso creo. Quizás por eso escribo. Quizás por eso milito. Porque encuentro en el propio dolor, un pequeño eco de los dolores del pueblo, incluso de aquellos, como el de hoy, del que no formo parte. Y Maradona algo de eso sentía también. Aunque posiblemente no justamente con las mujeres con las que se vinculó. O quizás sí, y eso convivía con su violencia, ¿no es eso posible?
Siento bronca hacia mi experiencia con el fútbol, me hubiese gustado que fuese distinta: más alegre, más divertida, más cuidada.
Espero que las próximas generaciones de niñes maricones puedan vivir el fútbol de otra manera. Para que la identidad popular no quede marcada por la rígida frontera de la heterosexualidad, y algunes nos sintamos tan afuera.
Se murió Maradona. El momento que todes nos imaginamos como imposible y sin embargo llegó.
De Maradona, creo, entiendo todo. Lo bueno y lo malo. Y es esto lo que lo hace fundamentalmente humano. No fue un facho, ni un genocida. Eso también importa, pero ni más ni menos que por el simple hecho de lo que lo que fue es lo que le da sentido a su muerte, es lo que hace que miles de personas (y varones) lloren juntas en las calles. Sin vergüenza, con dolor y admiración profunda. Ahora, si admirar a alguien así implica negar su miseria humana, esa que podemos entender porque nos constituye (vamos, no seamos hipócritas), entonces tampoco hay manera de que encuentre un lugar entre elles. Porque implica, en parte, negar mi propia historia con el fútbol, con ese deporte sin el cual Maradona no existiría. Y mi experiencia no es la única, que eso quede claro.
Hoy no es un día fácil para nadie, para las maricas antifútbol tampoco. No me ubico entre ellas tampoco, otra pertenencia a la que no se me permite acceder. Creo que, más allá de la diferencia de posiciones, debemos compartir algo. Una especie de sentimiento de partirse en varios pedazos y la imposibilidad de reunirlos.
Yo ya no deseo ser heterosexual, hace mucho tiempo que no. Pero lo cierto es que la heterosexualidad y el patriarcado se apropian de cosas que son de todes, como el capitalismo. El fútbol es una de ellas.
Hoy nos deseo una vida de fútbol para todes.