Por Ismael Jalil
“El asesino con un cuchillo ensangrentado y un cadáver a sus pies reclama que se encuentre pronto al responsable…” (Pauselli)
La brutal agresión perpetrada por Juan Ignacio Buzali, esposo de la Diputada Provincial macrista Carolina Píparo, sobre un par de muchachos que recorrían en moto las calles de La Plata en la madrugada del primer día del año, ha puesto en evidencia el costado maloliente del sistema en el que vivimos.
La diputada Píparo, amparada en los privilegios que goza quien tiene un rol de trascendencia social diferenciador (es además funcionaria del municipio platense nada menos que en el área de asistencia a la víctima), refirió un presunto robo a mano armada por seis motoqueros.
Pretendió de ese modo justificar el criminal comportamiento posterior de su marido al volante que, según señalan numerosos testigos y las propias víctimas, intentó matar aplastando literalmente a dos muchachos que -también en moto- se cruzaron en su alocado camino rumbo a la barbarie (la venganza suele ser un pariente cercano).
Contando con la inmejorable colaboración de las huestes platenses del intendente Garro, la cacería emprendida por el esposo de la diputada Píparo, finalizó en la Plaza Moreno con la cobertura convenientemente dispuesta por el Secretario de Seguridad del Municipio, Rubén Darío Ganduglia, a cuyo cargo estuvo la tarea de acompañar el crudo de las tomas de las cámaras de seguridad que si bien fueron publicadas, en este caso lo fueron “cocinadas”: la edición omite circunstancias y tomas claves que dan cuenta de la verdadera intención delictiva del marido de la diputada.
En paralelo, una suerte de despliegue mediático hegemónico acompañado de justificadores seriales de la justicia por mano propia, pretendió blindar a la diputada y a su marido demonizando a los motoqueros: al inicio tratándolos de ladrones (aunque ya se descartó que lo hayan sido, conviene recalcar que en nada cambiaría la naturaleza criminal del ataque sufrido) . Cuando ese argumento no funcionó, hasta aparecieron los que reclamaron casco y chaleco reglamentario. Todo sirve para culpar a la víctima, ese es también el rol del fetichismo legal cuando el que debe responder es quien goza de las mieles del poder.
Estamos ante un crímen que deja expuesta la verdadera naturaleza del poder de las clases dominantes. Buzali, Píparo, Ganduglia, Garro, como “gerentes” que son, expresan políticamente lo que se ha instalado como un avance preocupante de la derecha regional y local. Ha quedado develada la fantasía contractualista –a la que algunos bien intencionados todavía confieren credibilidad- y por la cual se cree que cada cual baja sus espadas para darle todo el poder al estado que sería el único que tiene derecho a matar.
A esa fantasía se le suma la justificación de los privilegios, que para cerrar en un perfecto combo de impunidad reclama que sea tolerado, aceptado por todos.
Pero en verdad, algunos más que el propio estado pueden matar y salir airosos. No por casualidad la propia diputada, horas antes de acompañar la conducta de su marido elogió personalmente al policía Chocobar y lo puso como ejemplo de la seguridad que deberíamos gozar. El estado nos debe proteger (a algunos más que a otros le faltó decir).
Y es así porque el otro fetiche que nos comió la cabeza es el de la igualdad ante la ley. La desigualdad imperante es tan brutal como el atropello criminal del marido de la diputada. La igualdad queda reducida a la posibilidad de hacer lo que ellos (el marido, la diputada y sus socios en el equipo macrista) crea conveniente.
En 1990, el caso del Ingeniero Santos , emblema de la justicia por mano propia, acompañó las consecuencias de políticas neoliberales de exclusión, promotras de una desigualdad que obligó a amplias franjas de la sociedad a sobrevivir en los bordes del sistema. Los actuales niveles de pobreza y marginalidad como resultado de esta otra ola neoliberal que sufrimos, hoy tienen su representación extendida. La desigualdad que alentaron desde lo más alto del poder termina deshumanizando.
La moto bajo la trompa del auto del marido de la diputada lo sintetiza. La diputada en el cargo más aún.
Naturalización de la barbarie se llama eso que huele a descomposición del sistema.