Ayer murió Carlos Menem a los 90 años. A lo largo de su vida fue legislador provincial, gobernador de La Rioja, dos veces presidente y senador por su provincia. En la retina, la memoria y los cuerpos de generaciones quedaron las marcas de sus políticas que conjugaron el “espectáculo” de la abundancia para unos pocos y la miseria extrema para amplios sectores del pueblo. Murió en función pública e impune de sus delitos.
La carrera de Menem en política comenzó en los 50, en la provincia de La Rioja, donde fundó la Juventud Peronista en años de proscripción del movimiento. De allí en adelante, fue construyendo en la provincia de los “caudillos” su impronta y poder. Viajó con Perón en el avión que lo trajo de regreso tras décadas en el exilio desde Madrid. En el 73 fue elegido gobernador con el 63% de los votos y con la irrupción de la dictadura en 1976 fue depuesto y encarcelado. En el 78 le dieron la libertad condicional, pero sin posibilidades de volver a su provincia. Con la restauración de la democracia, fue electo nuevamente gobernador y comenzó su proyección en términos nacionales.
La renovación peronista
Las elecciones de 1983 pusieron de manifiesto los altos niveles de crisis que atravesaban al peronismo. En ellas, por primera vez en la historia, el PJ era derrotado en elecciones, en este caso por la fórmula encabezada por Raúl Alfonsín. De allí que quiénes encabezaban el partido, quiénes venían incluso de altos cargos en el último gobierno de Juan Domingo Perón como Ítalo Luder y Antonio Cafiero comenzaron a ser llamados hacia la interna como “mariscales de la derrota”. Ante ellos, comenzó a erigirse una oposición , de la periferia al “centro”, de las provincias hacia Buenos Aires y Capital Federal: la renovación. Menem fue quien encabezó a esta fracción del partido que rápidamente comenzó a ganar apoyo. La profundidad de la crisis interna del justicialismo se conjugó con una crisis económica abismal del gobierno de Alfonsín y el prematuro final “de una primavera democrática” que en cuestión de años pasó de los juicios a las Juntas Militares a las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final tras los levantamientos carapintadas. En ese escenario, la figura de Menem, con estilo caudillesco y carismático, con un perfil político disruptivo y con alianzas sólidas se impuso inaugurando un nuevo momento de la política argentina.
Los 90
Los años 90 llevaron sin lugar a dudas el nombre de Menem para la sociedad argentina. El programa neoliberal que ejecutó, profundizando como nadie las medidas ortodoxas que había iniciado la dictadura encontró sin embargo un primer momento en el que, de manera efímera pero intensa, se vivió a modo de farsa tiempos propiamente peronistas ¿En qué sentido? Si el primer peronismo había logrado ampliar como nunca antes la capacidad de consumo y bienestar de la clase trabajadora, esos primeros 4 años de “revolución productiva”, con convertibilidad mediante, llevaron en este caso más a los sectores medio que a la clase obrera a una vorágine de consumo, viajes y expectativas de ascenso social que aparecía en contraste total con la hiperinflación del alfonsinismo.
Ahora bien, el sustento para ello fueron las profundas reformas estructurales pasmadas en la ley de “Reforma del Estado” (aprobada con coimas de por medio) que habilitaron las privatizaciones de los servicios y empresas públicas . Con ellas, las reservas del Banco Central crecieron permitiendo así sustentar “la pizza con champagne”, las vacaciones en Miami y los autos O km. En cuanto esos dólares comenzaron a fugarse y la timba financiera a ser el “motor de la economía” lo que quedaría es sólo ajuste y pauperización
Con la privatización de empresas como YPF, de los ferrocarriles y el cierre de cientos de fábricas los niveles de desocupación crecieron de manera abismal. La histórica huelga ferroviaria contra este plan de ajuste marcó un antes y un después. Su derrota fue en algún modo el signo del disciplinamiento de la clase obrera en estos años. Sin embargo, nuevas respuestas al ajuste neoliberal comenzaron a gestarse. En Tartagal (Salta) y en Plaza Huincul (Neuquén) irrumpieron las primeras manifestaciones de lo que luego serían los movimientos de trabajadores desocupados. Estos movimientos, como el Aníbal Verón o el Teresa Rodríguez asumieron como nombres propios las de algunos de los tantos que, luchando por su dignidad, por la dignidad de sus familias fueron víctimas de la represión durante los años menemistas.
El “borrón y cuenta nueva” de Menem tuvo quizás su rasgo más aberrante en los indultos otorgados a los genocidas de la última dictadura militar. Una política del olvido que buscaba borrar el horizonte de justicia respecto a los crímenes de lesa humanidad. Los años 90 quedarán marcados también por ser aquellos en los que las pantallas de la televisión argentina encontraron desfilando a milicos que con voz propia, justificaron ante el conjunto de la sociedad su rol en la “guerra contra la subversión”. Escenarios televisivos que con la mediación de periodistas adeptos al régimen militar y también al régimen menemista, como Mariano Grondona y Bernardo Neustard, pusieron en un mismo registro la voz de sobrevivientes de centros clandestinos de detención y de los genocidas. También el movimiento popular gestó respuestas contundentes. Irrumpieron los HIJOS y los escraches, nuevos repertorios de protesta que fueron fogueando también a nuevas generaciones de militantes. Lo mismo ocurrió con miles de estudiantes que crecieron al calor de la lucha contra las leyes anti-educativas que golpearon profundamente a colegios y universidades.
Los 90 menemistas fueron también el explicitación de la dependencia y subordinación de nuestro país a las orientaciones dictadas por el imperialismo yanqui. La frase del entonces canciller Guido Di Tella de que “manteníamos relaciones carnales” con Estados Unidos condensa de manera inmejorable esta situación. En tiempos donde la Guerra Fría había quedado atrás, la oleada neoconservadora ya no con regímenes militares en toda la región, encontró en Menem a un referente ineludible.
Del mismo modo, el sustento del poder menemista encontró un puntal fundamental en un manejo gansteril del Estado. El tráfico ilegal de armas a Ecuador y Croacia que derivó en la “misteriosa” explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero aparece como el hecho más resonante al respecto. En esa misma lista aparece el accidente del hijo del ex presidente, que le costó la vida, el atentado a la AMIA, los escándalos de la “Aduana paralela” y la lista podría seguir.
Menem desenvolvió, a su vez, una reforma del régimen político con el Pacto de Olivos y la Constituyente del 94 para garantizarse el control político para ejecutar este desfalco. Durante ese periodo, gobernadores y figuras del peronismo se alinearon y formaron parte de esas políticas (con honrosas excepciones, especialmente de los sectores de base).
Morir con impunidad
Pese a que los efectos de su década de gobierno explotaron en la crisis y rebelion del 2001, que marcaron un punto de inflexión y un cuestionamiento de la hegemonía del proyecto neoliberal en la Argentina, Menem llegó al ballotage en el 2003. Nuevamente, bajo el voto popular, logró tener el acompañamiento de un sector para nada minoritario de la sociedad. Sin embargo, los tiempos habían cambiado y el peronismo apostó a un cambio de frente con otra fracción que finalmente se impuso y abrió un nuevo periodo político encabezado por Kirchner y, originalmente, con el respaldo de Duhalde. Menem, en tanto, en 2005 fue electo senador, cargo que revalidó y ocupó hasta muerte.
Que pese a sus desfalcos al Estado e involucramiento en delitos de enorme gravedad como el ya mencionado tráfico de armas haya estado tan sólo algunos meses de prisión domiciliaria así como que bajo su mandato se haya hipotecado el futuro de generaciones y eso no haya tenido ningún costo aparente, pone en evidencia el modo en que operan la Justicia y el poder político (no por nada Comodoro Py fue una creación de su época) Sin embargo esa impunidad judicial no se condice con el absoluto repudio popular con el que cuenta su figura. Somos generaciones que nos hemos fogueado, desde experiencias y tradiciones políticas muy diversas, desde adhesiones e identidades diferentes, en un rechazo total a lo que significó Menem para nuestro país. Quiénes lloran a Menem no pueden reescribir la historia que vive forjada en la conciencia del pueblo y hoy se hace presente en todas las luchas por remover los pilares del modelo neoliberal que el “caudillo riojano” nos legó.