Mientras sigue sin identificarse el cuerpo hallado en un cangrejal en Villarino, y, por lo tanto, sin esclarecerse el paradero de Facundo Astudillo Castro, la responsabilidad política del ministro de Seguridad bonaerense emerge con toda claridad. La necesidad de su salida inmediata es parte de una agenda integral contra la represión y el gatillo fácil.

Por Ismael Jalil

Podríamos extendernos largamente sobre el prontuario de Sergio Berni, que puede consultarse en detalle aquí.

Sin embargo, la necesidad del reclamo “Fuera Berni” no se reduce a un pedido histórico, sino que se funda en una actualidad que quema. La desaparición de Facundo Astudillo Castro hace ya casi cuatro meses sintetizó con toda crudeza los peligros que alberga sostener a un personaje de esta índole.

Detrás de los vaivenes judiciales, de la indefendible actuación del fiscal de la causa, y en sintonía con el giro comunicacional denunciado, se alinea Berni y logra el repudio hasta de los propios. No sorprende, en el amplio espacio integrado por sectores de indudable raigambre popular (entre los que se encuentran numerosos componentes de la base de sustentación del actual gobierno), el rechazo, la incertidumbre y la desconfianza que generó la decisión del gobernador Kicillof de incorporar a Sergio Berni al mando del área en la que destaca “La Bonaerense”. La sorpresa para muchos radica en la imposibilidad de articular un discurso que se corresponda con los hechos y que –por ejemplo- a la luz de las constantes pujas internas con el Ministerio de Seguridad de la Nación, lo posicionan como un intocable.

En ese sentido, la crisis que se ha desatado no requiere de una “defensa del imputado”, sino de una evaluación política de su responsabilidad en el caso. Todos sabemos que la cuestión ha superado la instancia judicial (que por otra parte es la que reconoció en su momento la hipótesis de la desaparición forzada como central). Los esfuerzos por diluir la ineludible vinculación policial terminan chocando contra evidencias cuya virtualidad, eficacia, y efectividad no exigen ninguna certeza apodíctica para entender que Berni ha optado por respaldar una posición atávica en la fuerza de seguridad más numerosa del país: se defiende todo, aún lo indefendible.

No se trata de una fuerza que “como se autofinancia se autogobierna”. Discrepamos con esa mirada generalmente contemplativa de decisiones políticas cada vez más insostenibles desde la práctica y aun de la moral de quien ocasionalmente la gobierna: hacer la vista gorda mientras los “pata negra” no se muevan. Someter las necesarias respuestas políticas a las resultas de lo que diga la justicia, es una forma de ejercitar esa práctica.

La responsabilidad de Berni es política. Y tan política, que él mismo se ha jactado de eludirla al filtrar en los medios afines que los restos recientemente hallados “se corresponden con la morfología de Facundo”, cosa imposible de afirmar todavía. Desde lo más alto del poder se postula que el ministro baje el perfil y habilite una “purga” bajo el mando del presidente, la ministra Frederic y el gobernador Kicillof.

Pero existe algo más que una peligrosa incongruencia entre el discurso deslegitimador del accionar policial y la oscura decisión política de mantener a Berni en la conducción de la fuerza. No alcanza con la clara diferenciación discursiva respecto a la conducción macrista. Esto deben saberlo desde Axel Kicillof hasta el propio Presidente Alberto Fernández que, a diferencia de nefastos tiempos recientes, se han comunicado varias veces con la madre de Facundo.

Se impone la exigencia de medidas a fondo, de sanciones acordes con la gravedad que entrañan los comportamientos más que provocativos de un ministro que trasladó sus oficinas a un set televisivo. Su imagen de sheriff portando un subfusil táctico en medio de un operativo policial, resulta tan ofensiva como la de la Bullrrich vistiendo como Rambo de Gendarmería.

Existe algo más que una peligrosa incongruencia, si lo que se pretende es un giro copernicano en el manejo de la seguridad pública de la provincia más densamente poblada del país. Si fueran ciertas las versiones que indican la proximidad de una nueva purga policial (y van…), más allá de su repetida ineficacia, es absurdo que las conduzca el mismo ministro que en su derrotero cuasi farandulesco las banca como la fuerza que deja todo por servir a la sociedad en su lucha contra la delincuencia. Tan absurdo como sus recurrentes posiciones legitimadoras del discurso neofascista, que fueron desde la mentirosa “liberación masiva de delincuentes” hasta la justificación del accionar criminal de un jubilado en Quilmes.

Ni el silencio ni la ofuscación de los despachos oficiales son respuestas acordes a la necesidad impostergable de frenar cuanto antes el despliegue represivo que alienta la presencia de Berni en el gabinete de Kicillof.

Ni el silencio, ni la ofuscación, ni la especulación con la cuestión judicial irresuelta en una causa en la que no se discute la intervención policial previa, plagada de irregularidades y actitudes obstruccionistas para su dilucidación.

Ni el silencio, ni la ofuscación ni la apelación a la supuesta “caza de brujas” que implicaría quitarlo de la escena. En cuarentena se registran 40 muertes solamente en manos del estado provincial a través de sus diferentes modalidades represivas, de las que la fuerza que directamente comanda Berni registra 29 de ellas. Son elocuentes los resultados de su gestión.

Se suele decir que en las crisis operan los sinceramientos sociales. La que atravesamos requiere de uno impostergable: en las decisiones inherentes al área de seguridad de la provincia, no se juega una elección de medio término. Lo que está en juego es el costado más peligroso del modelo social que se proyecta. Mantener a Berni indica que estamos lejos de aspirar a algo distinto.

La desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro exige el reclamo de su aparición con vida como condición para debatir cualquier otra circunstancia que rodea al caso. Pero también exige ¡Fuera Berni! como mucho más que una consigna, como un punto de partida fundamental para desarrollar una pelea a fondo contra la represión y el gatillo fácil. Es la expresión sintetizadora que hemos encontrado para reflejar la grave amenaza que se cierne sobre el futuro. En la desaparición de Facundo, como en la permanencia de Berni en el cargo, se sintetiza también la más clara de todas las definiciones: hoy más que nunca, ¡el estado es responsable!

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