Nuestra perspectiva política y estratégica
Abriendo Caminos
I. Hay que cambiarlo todo
Vivimos una realidad que amerita ser cambiada de raíz.
Un mundo atravesado por las crisis recurrentes del capitalismo, por el crecimiento de la precarización y de la desigualdad social, en donde se extienden la violencia machista y el racismo, y que naturaliza las guerras y la destrucción de nuestro planeta. En donde sólo unos pocos ganan, mientras las grandes mayorías sufren la explotación y la opresión. Donde los efectos de la pandemia COVID-19 exponen crudamente que en este sistema las ganancias están por encima de la salud y las vidas de las personas y llevan a una nueva y más profunda crisis económica y social.
Una América latina empobrecida, reprimarizada, endeudada, en donde emergen con el aliento del imperialismo proyectos derechistas y golpistas, pero donde a su vez nuestros pueblos dan enormes muestras de resistencia y dignidad y buscan los canales políticos para gestar proyectos alternativos.
Una Argentina que ha sido devastada, condicionada a los mandatos de los organismos internacionales mediante el endeudamiento externo, que deja en manos privadas los recursos estratégicos y profundiza su carácter primario exportador, en donde se atenta contra nuestros bienes comunes, se ha profundizado la pobreza y la precarización, persisten escandalosos índices de violencia machista y femicidios, y se vive a diario el sometimiento y represión en las barriadas más humildes. Ningún proyecto político dentro de los marcos del sistema actual puede dar una verdadera respuesta a estos problemas.
Justamente porque somos conscientes de esta realidad es que nos planteamos un proyecto que luche contra el descalabro y desigualdad que nos plantea el capitalismo en su etapa neoliberal, contra la injerencia imperialista, contra la opresión de género y el racismo. Por una sociedad igualitaria y verdaderamente libre, basada en los derechos económicos, sociales y culturales de las grandes mayorías, por una patria y un mundo socialistas.
II. Nuestro período histórico
Intervenimos en una etapa histórica que desde hace décadas no registra un proceso revolucionario en los términos de las experiencias que conocimos durante gran parte del siglo XX como la huelga general insurreccional, la guerra popular prolongada o la captura del poder estatal bajo la orientación de una vanguardia, para su disolución y construcción de un Estado de nuevo tipo. La derrota histórica de la clase trabajadora frente a la ofensiva neoliberal de los 70/80/90, que en nuestro continente se plasmó en el aplastamiento de una generación revolucionaria por medio de dictaduras militares terroristas, y que a nivel global tuvo a la caída del Muro de Berlín como corolario, impuso un periodo de reflujo que no fue solamente coyuntural, sino principalmente la pérdida del socialismo como un horizonte presente para la clase trabajadora mundial. Un retroceso de magnitudes para el movimiento obrero y socialista superior a derrotas como la que siguió a la Comuna de París o a la consolidación del estalinismo. La caída del Muro terminó de cerrar el ciclo abierto por octubre del ’17. Esto, por supuesto, no significa el fin de la lucha de clases ni de los desafíos revolucionarios, sino la necesidad de obtener conclusiones que permitan trazar una estrategia y tácticas para este periodo luego de una reconfiguración de las tácticas y estrategia del capital en su fase imperialista neoliberal.
Este retroceso en las condiciones de vida y destrucción de conquistas y derechos tuvo expresiones de resistencias con huelgas, movilizaciones y levantamientos populares pero sin una dirección y perspectiva políticas definidas, ni ligados a una tradición histórica determinada. El mal llamado “fin de la historia” también se reflejó en la disgregación y fragmentación de las organizaciones anticapitalistas y el desarrollo de movimientos autonomistas que no se planteaban la lucha por el poder político y, aunque sin duda desde allí también surgieron numerosas experiencias valiosas de resistencia y organización -algunas de las cuales perduran hasta hoy-, no pudieron, supieron o quisieron organizar una alternativa de masas que pueda conducir procesos de transformación social revolucionaria.
En este marco transitamos lo que podemos definir como una crisis política y estratégica de la izquierda y sectores revolucionarios, donde las fuerzas radicales ocupan posiciones marginales, sin incidencia determinante en los procesos en curso. Esta situación expone lo caduco de viejos esquematismos y empuja a la actualización del debate estratégico a las fuerzas que pretenden intervenir en los procesos reales y construir una alternativa de poder desde allí. Un aspecto ilustrativo de esta crisis transversal a toda la izquierda son las rupturas de partidos grandes e históricos en la región como son el PSTU de Brasil, las FARC de Colombia y el PO en nuestro país. En nuestro caso, esa crisis se vio reflejada en la ruptura de nuestro anterior destacamento y es ese punto de evidente retroceso desde el que partimos para esta nueva etapa de construcción partidaria.
El internacionalismo recobró cierta vitalidad recién con la emergencia de los nuevos movimientos sociales. Luego, en los últimos años, al calor de la crisis financiera y con el ascenso del movimiento de mujeres y disidencias, y la realización de los Paros internacionales. Se trata de una experiencia inédita en las últimas décadas que es resultado a su vez del recrudecimiento de la violencia machista, como parte de una precarización cada vez más acentuada de las condiciones de vida que golpea especialmente a mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries.
La clase trabajadora transita esta etapa histórica en un contexto de grandes modificaciones. La precarización y la tercerización laboral se han extendido y generalizado, con trabajadorxs atomizadxs y divididxs en muchos casos sin derechos ni representación gremial. Sin embargo, eso no ha impedido que las nuevas experiencias de trabajo como las apps de delivery, de uber o del fast food protagonicen procesos de organización y resistencia. A su vez, ante el paradigma neoliberal que excluye estructuralmente amplias franjas de la población, emergieron distintos actores sociales: pobladores, movimientos campesinos/indígenas, asambleas ambientales, y en nuestro país, junto a las experiencias de fábricas recuperadas, asumió un peso particularmente relevante el movimiento piquetero como una respuesta organizada y colectiva de lxs trabajadorxs precarizadxs.
La prolongación y extensión de la dominación neoliberal se vio ampliada con la restauración capitalista en los antiguos estados socialistas, y asumió diversas formas de procesos políticos en las diferentes partes del globo, sin estar exentas de crisis o tensiones. En este marco, el capitalismo neoliberal convive mayoritariamente -en Europa, América y los países “occidentalizados”- con una relativa estabilidad institucional, con gobiernos formalmente democráticos, electos a través del voto. Este marco democrático, que en parte expresa luchas y conquistas contra gobiernos autoritarios o dictaduras y sus crímenes y por la ampliación de derechos, es utilizado desde una perspectiva capitalista y neoliberal con el objetivo de obturar todo proceso disruptivo frente al actual estado de cosas. Esto parte de una debilidad relativa del campo popular: con el retroceso de la organización obrera y popular, el capitalismo no tuvo que apelar de forma tan extendida a regímenes represivos o contrarrevolucionarios abiertos como, por ejemplo, las dictaduras cívico-militares frente a un ascenso de la lucha de clases. Estos elementos -ofensiva neoliberal y estabilidad institucional- se establecieron como dos características claras del periodo de reflujo previo al actual, aunque -vale señalar también- en constante tensión entre sí ya que las bases del neoliberalismo son, en definitiva, la negación de una verdadera democracia del pueblo. La irrupción de golpes blandos, parlamentarios e incluso con una mayor participación en Bolivia por parte de las Fuerzas Armadas, son episodios que se inscriben a partir de la última década y media con el surgimiento de la crisis del modelo neoliberal en la región, pero ponen en evidencia que en este período, incluso los golpes de fuerza buscan ser presentados como parte de un proyecto “democrático”. La “democracia”, en la que grandes sectores populares depositan expectativas y anhelos, aparece así como un sentido en disputa entre intereses contrapuestos.
El ciclo posneoliberal y los gobiernos populares
La mundialización del capital no operó por fuera de sus leyes históricas, por lo que las contradicciones que fue gestando acumularon y provocaron nuevos estallidos (en Latinoamérica eso se puede ver desde el Caracazo hasta las rebeliones en Chile o Ecuador del último año), lo que puede considerarse como una crisis de la hegemonía neoliberal. En nuestro país, por ejemplo, el periodo menemista y posteriormente la Alianza, representaron un enorme ataque a la clase trabajadora con endeudamiento, privatizaciones y desempleo masivo que, finalmente, estalló por una combinación entre la crisis económica con la quiebra de los bancos y el Estado y una rebelión popular resultado de una larga acumulación de resistencia. Con sus características específicas, este proceso puede extenderse a varios de los países de la región. Así, la crisis de 2001/2 estuvo signada por la irrupción de rebeliones e intervenciones populares en América Latina que barrieron con los gobiernos fondomonetaristas, y fue canalizada por la apertura de un nuevo ciclo político con una gama de gobiernos que, desde un ala moderada social-liberal (Brasil -con un partido de importante composición de trabajadorxs como el PT- y Uruguay con el Frente Amplio) hasta otras de mayor radicalización (Venezuela y en menor medida Bolivia), se plantearon como proyectos políticos antineoliberales. En el caso de Chile, si bien gobernaba la Concertación, este país mantuvo la continuidad del régimen heredado del pinochetismo hasta la Revuelta Popular del año pasado. Estas experiencias ‘posneoliberales’, exceptuando Venezuela y Bolivia, preservaron los pilares fundamentales del modelo económico. En todos los casos, sin embargo, otorgaron concesiones a las masas con ampliaciones de derechos y medidas que revertían parcialmente las privatizaciones o ataques previos al pueblo.
En la Argentina, el kirchnerismo expresó una variante intermedia. De la crisis de 2001 y el cuestionamiento profundo que implicó la rebelión popular no emergió un proyecto político propio. En ese marco, en el peronismo (que había asumido en los años 90 la conducción de las reformas neoliberales) operó un viraje significativo, con el surgimiento e incorporación del kirchnerismo al ciclo antineoliberal, dando a un sector del peronismo un sentido progresista y polarizando inicialmente con la derecha menemista, suscitando el apoyo y respaldo de nuevas generaciones de trabajadorxs y jóvenes. El proceso de ampliación de derechos se hizo en general sin atacar los núcleos del poder, y cuando esto ocurrió parcialmente culminó con un repliegue como en el conflicto con el campo. El mismo equilibrio sostuvo a nivel internacional, evitando una confrontación abierta con EEUU, al tiempo que integraba la campaña contra el ALCA. En este sentido una característica importante es que el significativo apoyo de masas se desplegó con una lógica plebiscitaria, y no mediante el impulso de formas de poder popular o comunal, tal como sucedió en los casos radicales, sobre todo en Venezuela. El kirchnerismo atravesó, a su vez, distintas formas de articular su proyecto político: la tranversalidad de 2005, la Concertación de 2007, la disputa por el PJ y, actualmente, una coalición de fracciones del peronismo junto a sectores de la centroizquierda y la izquierda popular, bajo el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner, que logró articular el FdT incorporando al conjunto del PJ.
En los casos más radicales, en primer lugar Venezuela y en segundo lugar Bolivia, asistimos a un proceso de mayor movilización, incluyendo la confrontación con el imperialismo, su apoyo a Cuba y medidas de radicalización como la nacionalización del petróleo y otros recursos estratégicos. Ambas experiencias resultaron novedosas en términos de gobiernos populares ligados a las rebeliones populares precedentes, con un programa antiimperialista y una perspectiva de movilización de masas, e incluso desarrollo del poder popular. También en ambos casos, condicionados por un contexto de aislamiento de triunfos revolucionarios, registraron límites, estancamientos y retrocesos. Se trata de experiencias políticas de base popular y perspectiva antiimperialista que lograron el acceso y continuidad en el poder a través del voto popular con una conquista de hegemonía sobre grandes sectores de las masas. Esas experiencias de gobiernos populares, sin embargo, también afrontan el problema de heredar y no poder superar las viejas estructuras estatales y el predominio de las relaciones sociales capitalistas en grandes sectores de la economía. El golpe en Bolivia y la derrota de la resistencia popular evidenció nuevamente los límites de un proyecto que no atacó aspectos fundamentales del Estado capitalista, y en particular sus fuerzas represivas, que fueron nuevamente el canal del golpismo y la derecha. En el caso de Venezuela, el proceso fue dando saltos en su radicalización, especialmente luego de la derrota del intento de golpe en 2002, gracias a la resistencia obrera y popular. A su vez, es indudable que la resistencia victoriosa a los golpes de estado, basado en primer lugar en la decisión mayoritaria y activa de un pueblo de enfrentar al golpismo y la injerencia yanqui, cuenta a su vez con el alineamiento de las Fuerzas Armadas reformuladas por el chavismo y el impulso de la formación de milicias populares. A su vez, la situación económica, atravesada por un bloqueo abierto de EEUU, pero también por los límites de una estructura productiva que no pudo superar el modelo rentista petrolero, plantea enormes desafíos. Está en las tareas del conjunto de los organismos del poder popular, comunas y la clase trabajadora venezolana poder avanzar hacia un Estado Comunal, resistir los asedios del imperialismo y transformar los resortes de la economía.
Reivindicamos también en este contexto el papel de Cuba, una nación que mantuvo encendida la llama de la revolución por más de medio siglo a pesar del asedio y bloqueo criminal del imperialismo. La isla afronta enormes dificultades económicas y aún así, frente a la crisis sanitaria a nivel internacional por la pandemia del Covid-19, ha vuelto a mostrarse como ejemplo de humanismo y defensa de la vida. Respaldamos el proceso cubano, luchamos contra el bloqueo e impulsamos la más amplia solidaridad internacionalista.
Este ciclo político y el desarrollo de sus tendencias actuales, en donde conviven aspectos de continuidad de las estructuras tradicionales de dominación con medidas y tendencias que pueden llegar a ser progresivas o radicalizadas, plantea un escenario de inestabilidad y polarización a la luz de la profundización de la crisis,lo que conlleva el desafío para las izquierdas de intervenir en las disputas abiertas para buscar la superación de las condiciones de explotación a partir de los procesos de lucha de masas.
Crisis, disputa y polarización
La crisis capitalista iniciada en 2008 y que se extiende hasta hoy fue también el resultado de una larga acumulación de contradicciones, por lo cual no revistió un carácter “episódico” sino estructural. La llamada globalización, mundialización o transnacionalización del capital no abrió una fase de desarrollo productivo y social, sino que agudizó una polarización entre una minoría enriquecida y una mayoría desposeída a partir de enormes burbujas financieras y especulativas. El imperialismo, a su vez, comenzó el siglo XXI con nuevas incursiones militares para reforzar su dominio que nuevamente terminaron empantanadas (Irak, Afganistán, entre otros). Así, la crisis mundial abierta tensionó todos los pilares del modelo neoliberal y abrió un periodo de inestabilidad de los proyectos políticos en curso, reforzando su crisis hegemónica. El ascenso de Trump y la guerra comercial entre EEUU y China, el Brexit y la crisis de la Unión Europea, los choques militares en Medio Oriente y las crecientes rebeliones populares en distintas partes del mundo son consecuencias y expresiones de dislocamientos a la luz de una crisis a la que el imperialismo y las distintas fracciones del capital no le han podido dar un cierre. El descalabro producido por el derrumbe del precio del petróleo y la recesión mundial agravada por la pandemia del Covid-19 refuerzan este rumbo, al tiempo que dejan al desnudo la fragilidad y vaciamiento operado en décadas de neoliberalismo. La expectativa respecto del ascenso chino para un nuevo auge del crecimiento internacional se ve bloqueada por la recesión, ya que ha significado una caída en varios puntos porcentuales, a sus niveles más bajos del último periodo. La OIT advierte que proyectan 25 millones de despidos y en EEUU ya se han disparado los seguros de desempleo con una nueva crisis de deudas impagables en ciernes.
La pandemia del Covid-19 ha implicado una escalada de alcances inimaginables en la crisis internacional, con un impacto que repercutirá en mayores dislocamientos y una reorganización de la economía. La magnitud de la crisis ha obligado incluso a que sectores del mismo establishment promuevan la nacionalización de empresas y la condonación de las deudas externas para evitar un mayor colapso económico. Las perspectivas de una depresión económica prolongada ante la ausencia de una salida a la crisis sanitaria y social plantean la perspectiva de una mayor inestabilidad de los proyectos políticos en curso, la emergencia de nuevos fenómenos a derecha e izquierda y el crecimiento de la conflictividad social.
La actual profundización de la crisis económica, fruto de la pandemia, deja al desnudo lo que las teóricas de la reproducción social llaman “crisis de la sociedad en su conjunto”, visibilizando cuales son los resortes estructurales de sostenimiento y reproductibilidad de la sociedad capitalista tal cual la conocemos. Comprender esta crisis desde una mirada feminista, se le impone a cualquier proyecto político que pretenda ir a fondo con el entendimiento del funcionamiento integral de este sistema y su transformación. Con el COVID-19, tomaron relevancia vital, las actividades no productivas, pero esenciales para la reproducción de la vida, ya sean las tareas de salud, cuidado, limpieza, como las de alimentación y educación. Tareas mayoritariamente racializadas y feminizadas. Según un informe de 2019 de la OMS y la OIT, las mujeres son el 67% de la totalidad de la fuerza de trabajo del sector salud y 86% del personal de enfermería y parteras en las Américas. Es decir, con el avance de las políticas neoliberales, crece exponencialmente la incorporación de las feminidades a las tareas menos pagas, con las peores condiciones laborales, a lo que se le suma las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, que constituyen el dispositivo invisible de sostén de la fuerza de trabajo y del capitalismo como tal. Esto, en un marco de alza de los femicidios, con la persistencia de una enorme red de trata, y con el condimento del avance de los discursos neofascistas, xenófobos y machistas, representados en Trump, Bolsonaro entre otros, genera el peor escenario para las mujeres cis, lesbianas, gay trans, travestis y no binaries.
A los gobiernos ‘posneoliberales’ les impactó especialmente el comienzo de la crisis internacional en 2007/8. En el caso de Argentina, derivó en el conflicto con las patronales agrarias y con la expropiación o estatización de las AFJP, Aerolíneas e YPF, que se tradujo en el quiebre del bloque de alianzas entre el gobierno y las distintas fracciones de la burguesía. El kirchnerismo respondió a la crisis con una radicalización de algunas medidas particulares pero al mismo tiempo restringió su base social al quebrar la alianza de clases que había articulado en el poder, sin promover tampoco (como sucedió en Venezuela) una ampliación de la movilización y organización de la clase trabajadora y los sectores populares que pudiera servir de respaldo ante la agudización de conflictos clave (campo, Clarín, etc.). También buscó una normalización con el capital financiero que no logró (Club de Paris, fondos buitres). El desgaste político en general de estas experiencias abrió paso al ascenso de gobiernos derechistas o fascistas como Macri, Temer/Bolsonaro, Añez, que se suman a los de Piñera o Duque y que se alinearon también con el triunfo de Trump en EEUU. Esta apuesta buscaba lograr una normalización económica y social en la región que cierre el periodo abierto con la crisis de la hegemonía neoliberal de principios de siglo.
Sin embargo, estos gobiernos derechistas abordan ese desafío en el marco de una crisis internacional agudizada por el choque comercial entre EEUU y China, y por un movimiento popular que fue acumulando experiencia organizativa. A pesar de su empuje inicial, esa combinación hizo entrar en crisis el mandato de Macri, que llevó adelante un endeudamiento y una fuga de capitales record, además de atravesar una extendida resistencia popular que tuvo un punto de inflexión en las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017 en el Congreso contra la reforma previsional. Esto fue el preludio a las rebeliones en Ecuador, Chile y Colombia contra los paquetazos del FMI. En Chile en particular, la revuelta popular adquirió una dimensión superior, que cuestionó al conjunto del régimen heredado por el pinochetismo, y se planteó el norte de una Asamblea Constituyente Plurinacional y Feminista, un proceso que estaba abierto y que mermó a partir de la crisis del Covid 19.
El golpe de estado fascista y racista en Bolivia y el sostenimiento del conjunto del establishment al gobierno asesino de Piñera como respuesta y refuerzo de la ofensiva neoliberal llevó a la configuración de un escenario de polarización y disputa que ha cerrado el paso a los intentos de articulación intermedios como el grupo Puebla. Al mismo tiempo, esa disputa no se desarrolla solamente en las calles, sino que articula una dimensión de disputa política-institucional que juega un papel determinante en la conciencia de las masas y que ordenan los desenlaces de la lucha política en la actual coyuntura, y por lo tanto son episodios sobre los cuales se deben intervenir con orientaciones y un programa concreto.
Por su dimensión regional, también debemos analizar el escenario en Brasil, donde una expresión fascista alcanzó el gobierno por la vía electoral -favorecido por la prisión y proscripción de Lula. La experiencia de Bolsonaro en el gobierno, a pesar de que pudo avanzar en la reforma previsional y otras medidas contra el pueblo, registra un desgaste acelerado acompañado por un freno económico y por un crecimiento de las luchas, que se han sintetizado en los cacerolazos contra la gestión del exmilitar ante la pandemia del Covid-19. Es decir que, aunque efectivamente se trata de un gobierno profundamente reaccionario, no ha logrado reunir las condiciones para imponer sus orientaciones y enfrenta, incluso, la posibilidad de un desplazamiento. Frente a ello, como contratendencia se desarrolla por lo pronto una creciente militarización del gobierno.
De este modo, las características de inestabilidad y polarización tienen a profundizarse con la crisis del Covid 19, y abren lugar a un escenario en donde están planteadas tanto perspectivas derechistas, como iniciativas de radicalización.
Argentina y la crisis
En el caso del Frente de Todos y el peronismo en nuestro país, la lucha política asume una dimensión aún más compleja. Abordamos este nuevo periodo político con una coalición gobernante que reúne a las distintas fracciones del peronismo e incluso a sectores de los movimientos sociales y la izquierda popular. Pero ese nuevo ciclo se encuentra signado bajo la bancarrota y el default en los hechos dejado por el macrismo en un contexto internacional de disputas y crisis -agravado a partir de la expansión del COVID-19- y por un movimiento popular que ha acumulado importantes niveles de organización y movilización. Los primeros meses del gobierno de AF confirmaron las tensiones y contradicciones que atraviesan al oficialismo y la inestabilidad que opera con la crisis económica.
Hacia adelante seguirán desarrollándose los realineamientos de los bloques políticos sin tener una forma lineal, que estarán ligados a cada fase del desarrollo de la crisis. El salto producido por la pandemia del coronavirus es una expresión clara de este proceso sinuoso. Inicialmente el gobierno de AF enfrentó su primer “paro” por parte de la Mesa de Enlace, con un bloque sojero de derecha que actúa a tono con la situación regional. El intento de conciliar con el FMI, la Iglesia y las patronales fue mostrando sus límites en un cuadro social crítico y actúa con efecto revulsivo en la coalición de gobierno. Ante eso, el gobierno tomó la iniciativa frente a la pandemia al dictar preventivamente la cuarentena obligatoria y una batería de medidas de corte social. Al ver el marco más general de los gobiernos capitalistas, la decisión oficial chocó en los distintos sectores de la burguesía que presionan con despidos y suspensiones. El país no escapa a la tendencia a la polarización social que opera en América Latina y esto planteará nuevos choques y realineamientos. A su vez, el gobierno opta por el sostenimiento de la deuda externa y no termina de avanzar de forma contundente sobre las grandes rentas. El impacto recesivo de la crisis por el Covid-19 puede plantear escenarios de mayores tensiones con su base social, aunque la iniciativa sostenida hasta el momento le ha valido un amplio reforzamiento de su autoridad política.
III. Desafíos para las izquierdas en el siglo XXI
En nuestro mundo de hoy, en Nuestramérica, como izquierda necesitamos desarrollar una perspectiva acorde a las condiciones que nos rodean para poder, efectivamente, impulsar un proyecto de cambio radical, de ruptura con el sistema. Y así como Marx y Engels percibieron la potencialidad de la naciente clase obrera como sujeto de cambio, como Lenin y Trotsky supieron desplegar esa perspectiva en la Rusia zarista de principios del siglo XX e inaugurar las experiencias socialistas, como Fidel, el Che y lxs revolucionarixs latinoamericanxs de los años 60 y 70 (entre los que cabe destacar al MIR en Chile y el PRT en Argentina) marcaron un camino revolucionario para América Latina, nuestra época necesita –nuevamente- de una izquierda que pueda interpretar el carácter de su tiempo para que el cambio radical no se agote en un ideal, sino que se transforme en una experiencia de las mayorías populares conquistando su futuro. Somos conscientes que nunca un proceso revolucionario ha repetido a otro, que cada experiencia es original, y que en Nuestramérica, como decía Mariátegui, las revoluciones no serán “ni calco ni copia, sino creación heroica”.
Esta tarea en la actualidad debe partir de un reconocimiento cabal de la situación general, marcada, como hemos dicho, por las derrotas de los 70, la caída del Muro de Berlín, la crisis de las izquierdas y el desplazamiento del socialismo como horizonte visible, lo que nos plantea un reto de magnitudes para actualizar una perspectiva de cambio revolucionario. Reto aún más evidente, si reconocemos que, ni ahora ni nuncalas clases dominantes están dispuestas a entregar su poder (económico, político, militar, cultural) sin resistencia. Este proceso se lleva adelante en un escenario donde emergen nuevos sectores de derecha, donde el sentido mismo de la “democracia” está en disputa, y donde el sistema institucional persiste, aunque en ciertos casos tensionado o sobrepasado por experiencias de origen popular (organización local/comunal, procesos constituyentes radicales, acciones de masas, etc.).
Esta apuesta debe partir, a su vez, de reconocer la persistencia en su acción y organización de la clase trabajadora, y de diversos sectores populares oprimidos, que marcan su protagonismo en las luchas cotidianas (trabajadorxs asalariadxs, precarizadxs, estudiantes, movimiento feminista, campesinxs, pueblos originarios, ambientalistas, intelectuales, artistas) y que hacen esfuerzos por lograr cristalizar sus demandas y perspectiva en programas y alternativas políticas que puedan expresar sus anhelos de cambio.
La clase trabajadora, aún con la fragmentación y precarización a cuestas, sigue ocupando un rol central en las luchas populares, a partir de la acción sindical, la intervención de los movimientos de trabajadorxs precarizadxs y desocupadxs y las distintas formas de acción colectiva (incluyendo rebeliones populares como la de Chile) que cuentan en su seno con un peso significativo de trabajadorxs de distintas condiciones.
En este contexto asistimos en los últimos años a la generación de una nueva ola feminista a nivel internacional, como respuesta a la sostenida violencia machista y a los altos niveles de precarización de la vida a la que se ven expuestas mujeres, lesbianas, gays, travestis, trans y no binaries. Este movimiento feminista cuenta con algunas características importantes como la masividad y el carácter unitario de sus luchas, la integración de distintas generaciones, la exigencia de demandas en consignas sencillas fácilmente aprehensibles, su internacionalismo, y la combinación de demandas estrictamente defensivas con luchas por la ampliación de derechos y planteos que llevan al cuestionamiento mismo del sistema patriarcal. Una cuestión central es que nace a partir de una emergencia en ámbitos sociales y de masas. Como en todo movimiento de masas en auge, existen distintas tendencias (desde liberales y derechistas hasta radicales y de izquierda) y una disputa por la orientación del movimiento feminista. Sin embargo, una particularidad de esta nueva ola, es un potencial revolucionario latente, que supera la capacidad de intervención y llegada de las izquierdas, y es capaz de abrir camino hacia el cuestionamiento del capitalismo junto a la lucha contra el patriarcado. Esto se debe, en parte, a la creciente integración de ambos sistemas, aún más en las formas actuales que van adoptando bajo el neoliberalismo.
A su vez, el impacto del modelo de desarrollo basado en la explotación de los recursos naturales se ha convertido en un tema central en América Latina. La demanda en el mercado mundial de minerales, combustibles fósiles y materias primas agrícolas y los altos precios de los productos asociados han llevado, desde mediados de la década de 1990, a un “boom” en el sector de los bienes comunes en la región. En algunos países se habla de “reprimarización” de la economía, es decir, que la extracción de materias primas va pesando más en la economía en su conjunto. Se trata de uno de los pilares del modelo neoliberal que se ha mantenido prácticamente inalterable. Como respuesta, se viene desarrollando un fuerte movimiento ambientalista. El surgimiento de asambleas ambientales locales ha sido una de las expresiones de resistencia organizada más sostenidas en las últimas dos décadas. A ese proceso, se suma una nueva camada y generación de activistas, que no se encuentran ligados directamente a los territorios, pero que recogen la agenda antiextractivista desde una mirada más general y, con todos sus matices, anticapitalista. Este proceso, incluye también un nuevo momento de expropiación a las comunidades campesinas indígenas. Expropiadas en la conquista de América abonando al proceso de acumulación originaria y masacradas en los procesos de constitución de los estados nacionales para la incorporación de estos al mercado mundial, la expansión de los modelos extractivistas se configuran como otro avance más sobre estas comunidades y sus formas de vida. También estos movimientos, son pilares en las luchas antineoliberales de nuestro continente. Incluso en nuestro país, los últimos años lo han puesto de manifiesto como lo atestiguan los asesinatos a manos de las fuerzas represivas, tanto de Rafarel Nahuel como de Santiago Maldonado.
En líneas generales, caracterizamos a este momento como un período de acumulación de fuerzas para la clase trabajadora y el pueblo, porque es un marco en el cual se reorganiza y tiene capacidad de dar disputas parciales para mejorar su correlación de fuerzas, pero esto sucede en un escenario en el que no está planteado como perspectiva a corto plazo ni en el imaginario de amplios sectores la posibilidad de un proyecto socialista, de igualdad social y avance radical sobre la propiedad y el poder de las clases dominantes.
Esta realidad nos plantea la necesidad de desarrollar una perspectiva radical partiendo de los escenarios más progresivos que se presentan: las luchas de sectores de masas y las iniciativas progresivas de gobiernos antineoliberales.
Hipótesis estratégicas
En la larga historia de las luchas populares y del pensamiento socialista hay aportes valiosos para abordar un período como el actual que no está marcado por el horizonte cercano de la conquista del poder socialista, sino que nos plantea la necesidad de una acumulación de fuerzas como condición indispensable para que tal perspectiva entre en escena. Esas reflexiones y experiencias no son recetas que podamos reproducir, pero sí significan aportes para una praxis creadora en el momento actual. Ahí están la variedad de propuestas tácticas ensayadas por Marx y Engels en su tiempo; las respuestas del bolchevismo y la III Internacional ante el período de reflujo con el despliegue de propuestas como el frente único y el gobierno obrero; los aportes de Gramsci para entender la complejidad de la sociedad de “Occidente”, planteando la disputa contrahegemómica y midiendo las relaciones de fuerzas para revertirlas en un sentido revolucionario; los diversos aportes del marxismo de los años 60 y 70 que plantearon la incorporación de las luchas por reformas y de las conquistas democráticas como parte de una disputa más ambiciosa por una sociedad socialista; así como las contribuciones de las feministas de las tres olas, particularmente de las socialistas que fueron a fondo en el cuestionamiento del vínculo capitalismo – patriarcado y en enmarcar sus reivindicaciones en una perspectiva revolucionaria. También están las experiencias diversas en las cuales el choque de fuerzas entre revolución y contrarrevolución se produjo con posterioridad de una acumulación política, contando con triunfos electorales: el inicio de la revolución española después del triunfo del Frente Popular en 1936; la radicalización del proceso social en el Chile de Allende, entre 1970 y 1973; o la radicalización del chavismo en Venezuela, en particular luego de lograr aplastar el golpe de estado de 2002.
Tomando en cuenta estos aportes y experiencias, y en virtud del análisis del período ya señalado, consideramos que una política de izquierda con vocación revolucionaria en el presente debe guiarse por una perspectiva de radicalización a partir de un análisis de la situación concreta, y no por esquemas de determinados triunfos revolucionarios o apegos a tradiciones políticas.
En concreto como izquierda revolucionaria que empuja una perspectiva de radicalización proponemos los siguientes ejes de acción:
- Impulso de la lucha y organización popular en defensa de los intereses inmediatos de amplios sectores de masas, para la obtención de conquistas parciales que, aún sin implicar un cambio estructural, permiten la acumulación de experiencia política, cristalizan derechos y reivindicaciones, y habilitan así la ampliación de un horizonte de demandas y cambio social. Esta política implica ponderar la experiencia de masas y en función de eso apostar al frente único, en la calle, con expresiones políticas diversas, que exceden el arco de la izquierda política.
- Ocupar un lugar destacado en la lucha contra las expresiones de derecha, el golpismo, la ofensiva antiderechos, etc., y empalmar esta orientación con definiciones políticas y político electorales cuando se trate de situaciones determinantes o críticas.
- Promover el desarrollo de experiencias de lucha con perspectivas de ruptura con el orden social cuando éstas estén planteadas en el escenario. Consideramos que en el período actual ese tipo de emergentes pueden desarrollarse sobre todo ante escenarios de políticas y gobiernos abiertamente derechistas o neoliberales permitiendo la emergencia de procesos de masas suficientemente importantes como para producir un cambio de agenda política y eventualmente dar lugar a un nuevo ciclo político. Así como las luchas populares antineoliberales desde fines de los 80 hasta principios de los 2000 abrieron espacio para nuevas experiencias políticas (Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia), luchas como la que recientemente se desplegaron en Chile expresan una perspectiva de ruptura similar, y otras podrán hacerlo en el futuro. Esas luchas expresarán a distintos sectores o fracciones de la clase trabajadora que debemos proponernos articular y coordinar para el despliegue de toda su fuerza.
- Abonar a la estructuración de experiencias políticas y político electorales que puedan ser canal de estos procesos de lucha progresivos, para superar el carácter social y parcial de las luchas y colocarlo en el terreno de una alternativa política integral. Por las características de la lucha social y política, ese instrumento o herramienta entendemos debe tener la forma de un movimiento amplio capaz de canalizar y contener la participación de distintos sectores populares, sintetizar sus demandas y ofrecerles una perspectiva común de transformación.
- Apostar a un proceso de radicalización de los movimientos y experiencias progresistas y antiimperialistas, con la perspectiva de que empalmen con procesos de ruptura con el régimen social actual. Esta política implicará definiciones distintas según el grado de radicalidad de cada experiencia, pudiendo apostar a la participación activa por dentro de movimientos que puedan abrir una perspectiva de confrontación abierta con las clases propietarias y el imperialismo (por ejemplo el chavismo), mientras que en (la mayoría de) los casos, en que estas orientaciones no estén planteadas, nuestra apuesta estará orientada a promover desde afuera la radicalización, para la evolución progresiva de esos procesos o -en su defecto- para lograr la ruptura de sus alas más radicales y su empalme con ellas.
- Promover la solidaridad internacionalista y la articulación con organizaciones latinoamericanas con iniciativas, campañas y brigadas de apoyo a las luchas y reclamos de nuestros pueblos.
- Ser parte activa en la organización de los distintos sectores que atraviesan a nuestro pueblo y sus luchas. En el movimiento obrero y sindical, en el movimiento de trabajadorxs precarizadxs, apostando a la lucha de las mujeres, lesbianas, gay, trans, travestis y no binaries, bregando por construir un movimiento feminista anticapitalista con fuerte arraigo popular y perspectiva de masas, incorporando una política en defensa de los bienes comunes.
IV. Perspectivas en Argentina
El atraso y dependencia estructural se han profundizado en el marco de la crisis global actual, con las políticas neoliberales impulsadas por la derecha macrista y la epidemia del Coronavirus. El país atraviesa una crisis sin precedentes en los últimos 20 años: recesión, inflación incontrolable, ampliación del endeudamiento externo, desguace del sistema público de salud y educación, crecimiento de la pobreza e indigencia, un Estado quebrado.
El escenario político está marcado por:
1) El peronismo / Frente de Todos: expresa una coalición contradictoria que actualmente ostenta una mayoría social a cargo del gobierno de un país en crisis. Se trata de un gobierno que integró a gran parte de la derecha del peronismo (el massismo, los gobernadores), y que a su vez logró contener al kirchnerismo y a la izquierda popular, abriendo espacios inesperados para estos sectores (como el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad). Dentro del FdT también se encolumnan la mayoría de las conducciones sindicales y de los movimientos sociales, aunque con considerables diferencias entre sí: por un lado, la dirección entreguista de la CGT y por el otro diferentes espacios como las CTA´s, la CFT, la UTEP (que en si misma tienen sus diferencias). La extrema gravedad de la crisis actual y las medidas de emergencia tomadas ante la pandemia abren la incógnita sobre qué tipo de perfil asumirá el gobierno para desarrollar su política luego de la cuarentena, pudiendo abrirse los más diversos escenarios. A su vez, la incorporación de los sectores más progresivos abre el interrogante sobre el nivel de subordinación o de ruptura que cada uno de ellos desarrollará, algo que en parte está atado a la evolución de la situación. En las últimas elecciones el FdT conto con el apoyo de las mayorías trabajadoras y populares de nuestro país, y aún existen importantes expectativas en el gobierno, más aún por la iniciativa y gestión que viene llevando adelante ante la pandemia. Sin embargo, ante la fuerte ofensiva de las patronales para descargar la crisis sobre lxs trabajadorxs y la presión de los fondos internacionales con la deuda externa, AF no ha podido dar respuestas de fondo, con lo que tiende a aumentar la conflictividad y los escenarios de tensiones y choques.
2) Juntos por el Cambio: una coalición de fuerzas de derecha que logró acceder al poder en 2015 y que se retiró con el 40% de los votos, lo que lo constituye un actor relevante que canaliza de forma explícita las demandas de importantes sectores de poder como el empresariado rural que ya inició acciones contra el gobierno, o la corporación judicial, contando con un fuerte respaldo de los grandes medios de comunicación. La crisis del Covid-19 ha planteado tensiones en su interior con un ala que ha dado mayor colaboración política al peronismo y otra más “bolsonarista”. Si bien la pandemia la ha golpeado temporalmente, esta última orientación representa una fuerza social burguesa presente y al acecho para su regreso al poder como evidenció el cacerolazo contra la falsa liberación masiva de presxs.
3) Hay un campo político minoritario de la izquierda que cuenta con representación parlamentaria a nivel nacional y en algunas provincias, hegemonizado por el FIT, con quienes compartimos una perspectiva socialista, pero que despliegan una política exacerbadamente delimitacionista y autoproclamatoria con la que tenemos importantes diferencias y que, luego de casi una década de desarrollo, ha mostrado grandes limites para ampliar su influencia política. Por fuera del FIT, la izquierda que se reivindica “independiente” y el bloque político del que provenimos ha tenido un fuerte retroceso en los últimos años, con una fragmentación y estancamiento en gran medida por la incapacidad por dar respuesta a los problemas planteados por el desarrollo del proceso político y recluirse muchas veces en una actividad frentista sin poder dar pasos concretos en poner en pie una alternativa política.
En ese cuadro, nuestro partido debe apostar todas sus fuerzas a desarrollar la energía de lucha de nuestro pueblo por una perspectiva propia, que supere los límites de este sistema social.
Eso implica que nuestra apuesta política, enmarcada en una perspectiva de izquierda, debe necesariamente empalmar con sectores más amplios que en muchos casos se identifican de una u otra manera con el FdT. Para eso, es preciso promover el desarrollo de una política de izquierda independiente del gobierno pero no por eso sectaria ni delimitacionista, sino preocupada por poder traccionar hacia luchas sociales y políticas a los sectores más progresivos que hoy se encuadran en el FdT. En este cuadro, la caracterización de los distintos territorios en nuestro país a la par que extendemos nuestra política y organización debe ser un punto clave, puesto que en distintas provincias el armado del FdT no incluye en lo local a sectores progresistas, y los escenarios sobre los cuales poder realizar una política más amplia varían según los distintos gobiernos y fuerzas de cada zona.
Para el desarrollo de la política que nos proponemos es preciso ampliar y agrupar fuerzas. El impulso del frentismo en todas sus formas es una necesidad. El frente único entendido como la unidad de acción más amplia en la movilización por nuestras conquistas; también las experiencias multisectoriales son vías para articular campañas e iniciativas políticas para intervenir en la coyuntura.
El frente político es hoy una necesidad para unificar las fuerzas anticapitalistas de diferentes tradiciones por una alternativa que pueda plantear una vocación de masas. Eso para nosotrxs hoy se plasma en articular una herramienta anticapitalista amplia que pueda disputar en el plano político y construir hegemonía. Sabemos que para que esa herramienta pueda tener realmente relevancia debe poder incorporar a experiencias que provengan y se identifiquen con el peronismo, apostando a converger con sus sectores más progresivos en una plataforma de ruptura del orden social.
Se trata, en definitiva, de trabajar para construir un campo político que hoy está muy desdibujado en nuestro país: el de una izquierda que aspira a una ruptura radical del orden social, y que en función de eso promueve su empalme con sectores del campo popular que transitan o transitaron la experiencia peronista/kirchnerista y buscan una radicalización de esa perspectiva. Todo esto, a partir del protagonismo popular en las calles, buscando el desarrollo de una experiencia de acción y de lucha, que apostamos a que se exprese a su vez políticamente.
V. Abriendo Caminos
Quienes coincidimos en las concepciones que hemos señalado más arriba, construimos Abriendo Caminos, reconociendo la importancia de estar organizados y organizadas para aportar a la lucha que permita un cambio total de las estructuras sociales para la conquista de la igualdad y la felicidad de nuestros pueblos.
Partimos de reconocer la diversidad y fragmentación de las izquierdas y el campo popular, y de sus organizaciones en esta etapa marcada por la acumulación de fuerzas. Sabemos que no existe “el partido”, sino una diversidad de partidos y organizaciones que nos encontramos en el proceso de lucha y organización de nuestro pueblo, apostando a su emancipación.
Creemos que la organización política consciente se nutre y a su vez aporta al desarrollo de las luchas populares y su perspectiva revolucionaria. Somos conscientes de los límites de la lucha espontánea, que impide acumular organización, experiencia y conclusiones políticas. Y también conocemos la impotencia de las vanguardias autoproclamadas que en los hechos no ocupan el lugar que imaginan. Planteamos en cambio que las organizaciones partidarias y políticas, y en ese marco también nuestro partido, debemos jugar un rol activo en la lucha de la clase trabajadora y el pueblo, apostando a sacar conclusiones de esa experiencia y a traducirlas en línea política y propuestas de organización que colaboren con el desarrollo del movimiento de lucha en una perspectiva revolucionaria.
En ese camino bregamos en primer lugar, por la unidad de acción, por la lucha y organización unitaria con todos los sectores y fuerzas con las que compartamos objetivos comunes en lo inmediato. A su vez, promovemos una perspectiva frentista, que nos permita coincidir con otros partidos y organizaciones en un frente político, sostenido en coincidencias programáticas y de acción. Y apostamos, también a cristalizar nuevos niveles de síntesis y confluencia política enmarcadas en una visión común de las perspectivas estratégicas así como del acuerdo y práctica militante conjunta en torno a las tareas de la etapa y la coyuntura.
Nos disponemos a construir un partido militante que profundice una intervención política constante con la mirada puesta en incidir en la realidad para transformarla. Una organización que se proyecte con vocación de poder en el tiempo, siendo conscientes que una revolución es un proceso complejo que requiere protagonismo de las mayorías populares, confluencia de diversas experiencias políticas, preparación, prefiguración de distintas fases y etapas, y que por ende la construcción de nuestro partido supone prepararse para diversos escenarios y la combinación de distintos métodos de lucha.
Desde este partido nos proponemos desarrollar una perspectiva de izquierda revolucionaria con fuerte arraigo popular y desarrollo de masas, y en ese sentido el rol de la “batalla de ideas”, la disputa ideológica y política es preponderante.
Bregamos por una organización de centralismo democrático comprendiendo esta categoría como algo dinámico, que debe poder procesar y sintetizar debates pudiendo contener en su interior el desarrollo de tendencias garantizando un marco de unidad de acción común que permita extraer conclusiones conjuntas.
Apostamos a desarrollar una organización marcada por un profundo humanismo, donde las individualidades se fortalecen en el colectivo, donde el disfrute y la autorealización de la militancia juega un papel ineludible, en el marco del desarrollo del plan colectivo que se nutre del aporte de todxs sus miembrxs. En este sentido apostamos a la construcción de vínculos y practicas militantes sanas y genuinos procesos de deconstrucción como así también de empoderamiento de compañeras y compañeres.
Sobre la base de estas concepciones y perspectivas, comprometidos y comprometidas con aportar a la lucha de nuestro pueblo para su emancipación, es que nos organizamos para seguir ABRIENDO CAMINOS.
Plataforma de acción-Principios Estratégicos
Nuestro proyecto es:
- Antiimperialista: la derrota de la dominación imperialista es un elemento ineludible para la ruptura del orden capitalista y comenzar un proceso de transformación social.
- Antineoliberal y antigolpista: frente a la ofensiva neoliberal derechista y los golpes de estado en la región, aportamos a la resistencia activa para derrotarlos.
- Feminista: luchamos por todos los derechos de las mujeres y las disidencias, por la abolición de toda forma de opresión.
- Latinoamericano: por la unidad de los pueblos de América Latina por un proyecto social de transformación común.
- Anticapitalista y socialista: por la ruptura con este sistema social y por una salida colectiva de lxs trabajadorxs para la emancipación de la humanidad.
- Fuera el imperialismo, los golpistas y la derecha fascista
- Abajo las reformas neoliberales y la deuda externa
- Basta de violencia machista; por aborto legal y todos nuestros derechos
- No al extractivismo: defensa del medio ambiente y los bienes comunes.
- Por una alternativa anticapitalista de masas
- Por la unidad de los pueblos contra el imperialismo
- Por gobiernos de lxs trabajadorxs basados en el poder popular