La semana pasada, en el marco de las protestas por parte de las comunidades mapuches que exigen la liberación de lxs presxs políticxs -que llevan alrededor de 100 días de huelga de hambre-, han sucedido ataques fascistas y racistas de extrema gravedad que buscan ganar legitimidad en un contexto de crisis.
Frente a la toma de municipalidades en distintas comunas de la Araucanía como medidas de presión para reclamar por la salud de lxs presxs mapuches, han surgido grupos de fascistas amparados por el gobierno para desalojar las municipalidades a fuerza de golpes, insultos y violencia a las comunidades que ocupaban el edificio estatal. Al grito de “el que no salta es mapuche”, apedrearon a miembros de la comunidad y prendieron fuego el municipio de Traiguén.
La historia de represión y ataques contra les mapuches no es nueva: en la zona del centro del país, en la Araucanía, de la mano de Piñera con sus carabineros, la represión y la zona liberada es moneda corriente. En medio de un discurso por la llegada de inversiones a la zona de la Nación Mapuche, que reclama hace años por la restitución de sus tierras ancestrales y contra el avance de las empresas que buscan continuar desplazando y dejando sin tierra a esta comunidad, la represión se monta en el racismo y esta vez contó con un grupo de grupos fascistas que quemando símbolos de la comunidad golpearon con objetos contundentes a miembrxs mapuche.
Se desarrolla así una combinación de zonas liberadas y grupos paraestatales, mientras que Piñera anuncia el “Plan desarrollo y paz para la Araucanía”, en un acto de provocación para el pueblo nación mapuche. Este plan no contempla en nada la diversidad cultural e intereses populares, sino las ganancias de un puñado de empresarios que vienen robando tierras y expulsando a les mapuche. El avance de la derecha y del capital, en conjunto con las políticas de un estado que trata a les mapuche como terroristas, es parte una colonización que comienza en el s. XIX y que significó no solo la pérdida de casi el 95 por ciento de sus tierras, sino la destrucción y la subordinación de una cultura ancestral que hoy sigue resistiendo.
Ahora bien, la lucha por la liberación de lxs presxs mapuches ha despertado fuertes movilizaciones en solidaridad y ha vuelto a instalar con fuerza las demandas del pueblo nación mapuche: territorio y autonomía, al tiempo que reaviva las tendencias de lucha surgidas con la rebelión de octubre pasado. A pocos meses de desarrollarse el plebiscito que abrirá la pelea por una nueva constitución, la derecha chilena busca embarrar la cancha y pretende no perder terreno, pero las organizaciones del campo popular y la ciudadanía en general comienza a mostrar nuevamente su descontento en la situación actual marcada por la pandemia, a través de cacerolazos y manifestaciones.
La represión fascista y el ensañamiento con la comunidad mapuche son una muestra de algo más grande: el avance y el intento del fascismo y el racismo para ganar terreno en una Latinoamérica cada vez más hundida en una crisis económica y social producto de la pandemia en curso. Solo una muestra de esto puede verse en Brasil con Bolsonaro, o en Bolivia, donde el golpismo tomó la casa de gobierno con biblia en mano, pisoteando la Wiphala de las comunidades originarias, y ahora busca su continuidad en el poder.
El enfrentamiento a los planes derechistas que buscan retomar su iniciativa fascista y racista, debe ser organizado desde abajo con capacidad de movilización y una fuerza que muestre un límite al odio que expresan lxs grupos retrógrados, al tiempo que se conquista una mayoría popular que se alternativa para construir una sociedad libre de opresión y explotación.
El fascismo y el racismo ¡No pasaran!
¡Las vidas mapuche importan!
¡Libertad a lxs presxs políticos mapuches!