La situación regional se ha caracterizado en el último tiempo por su inestabilidad. Si cerrábamos el 2019 con importantes movilizaciones populares, destacándose por su radicalidad, masividad y persistencia la rebelión popular en Chile, también nos impactaba de lleno un nuevo golpe de estado en la región, derrocando al gobierno de Evo Morales. Hoy, a un año de ese proceso, y con los importantes triunfos del pueblo boliviano y chileno, algunas coordenadas para pensar e intervenir en la región.
La crisis a nivel internacional abierta en el 2008 y su profundización producto de la pandemia ha generado una situación a escala global, y particularmente en América Latina, caracterizada por la inestabilidad y una tendencia a la polarización en las disputas políticas, sociales y económicas que pugnan por cuál será y quienes pagaron los costos de la salida de la crisis.
El llamado ciclo de los gobiernos progresistas de los inicios del 2000, logró quebrar la hegemonía neoliberal que se instaló en la región montándose sobre la derrota de los proyectos revolucionarios y populares de los 60 y 70 y profundizandose en la década de los 90. Ante ese escenario, por un lado, los sectores derechistas, las burguesías locales y el imperialismo reorientaron su intervención en la región con planes de acción que incluyen métodos de desestabilización con hechos violentos, lawfare, avasallamiento mediático, persecución a líderes populares, maniobras parlamentarias, etc. en lo que se conoció como los mal llamados “golpes blandos”.
Hubo un intento de una restauración conservadora en la región con el ascenso al poder de figuras como Macri o Temer, que encontró del otro lado amplias resistencias populares, aun cuando los gobiernos progresistas mostraron serias limitaciones para volver realidad las expectativas de los diversos pueblos. Los proyectos más radicales recibieron en este sentido las estrategias más elaboradas de intervencionismo imperialista, como pudo verse en Venezuela.
En este cuadro, el balance del intento de cuatro años para reanudar el laboratorio del neoliberalismo en la región terminó con un nuevo ciclo de movilizaciones populares en el 2019 que tuvo su máxima expresión en la rebelión popular chilena ya que empalmó con un proceso más extenso ligado al cuestionamiento de fondo al modelo heredado del pinochetismo. Sin embargo, el proceso mantiene una dinámica de choques y polarización en un cuadro de gran inestabilidad. Mientras Chile, Ecuador, Colombia salían a las calles, se sucedía el golpe en Bolivia contra la victoria del MAS, incluso con un salto cualitativo que implicó la intervención del Ejército y la brutal represión contra la heroica resistencia del pueblo boliviano.
El inicio de la pandemia sin duda trastocó todos los planes y planteó un estado transitorio de desmovilización con el impacto de la crisis sanitaria y social. Pero los últimos resultados en Chile y Bolivia dan cuenta de una tendencia latente en una crisis sin resolución.
¿Qué significan las victorias en Bolivia y Chile?
En este contexto las victorias en Bolivia y Chile son centrales para el futuro de la región porque pueden abrir un cambio en la correlación de fuerza y una ampliación del horizonte inmediato para los sectores populares. A su vez, ambas experiencias dejan algunas lecciones sobre las características de determinados procesos en esta etapa histórica. Salvando las distintas, tanto en Chile como en Bolivia se combinó una intensa movilización popular con una intervención político institucional en el terreno electoral. No como elementos contrapuestos sino como parte de una misma tendencia para cristalizar determinadas conquistas o avances populares.
El triunfo del apruebo con el 78% en Chile y el respaldo a una Convención Constitucional demuestra la profundidad del proceso chileno que no es una movilización episódica sino años de acumulación de las organizaciones populares y un hartazgo generalizado a la precarización de la vida que impone el neoliberalismo. La crisis que abrió “el estallido” tensionó los márgenes de la democracia actual que ahora deberá verse modificada. Se abre un nuevo escenario en donde lucha popular, construcción programática y expresión política deberán articularse para conquistar una nueva constitución que cristalice una nueva correlación de fuerzas. Junto con esto, la imagen del Piñera quedó prácticamente destruida y la disputa presidencial del año próximo será un nuevo episodio de este proceso.
En el caso de Bolivia la enorme resistencia popular al golpe de Estado y a efímero gobierno de Añez fue canalizado por la alternativa electoral que propuso el MAS. Esto demostró que en tanto proyecto aún contaba con amplias reservas de apoyo en el pueblo, incluso sin contar con la candidatura de su líder histórico. La contundencia de la victoria con el 55% de los votos para Arce-Choquehuanca, señala que fue un camino correcto el volcar las fuerzas populares hacia una nueva victoria electoral, demostrando que el pueblo abrazaba una salida democrática y como contrapartida los sectores golpistas se volvían más represivos y autoritarios. Cuando decimos que la democracia se encuentra en disputa en América Latina, implica que una posición de defender la misma es indispensable para enfrentar una derecha con rasgos cada vez más autoritarios. Al tiempo que sus límites pueden tensionarse y radicalizarse como nos enseñó el pueblo chileno.
En lo que respecta a Bolivia, como se visualiza en la totalidad de la región, la estabilidad no está garantizada. En los últimos días, por un lado se perdió la vida del dirigente sindical minero Orlando Gutierrez a manos de un atentado de los sectores golpistas y por el otro, se sucedieron manifestaciones del Comité Cívico en Santa Cruz y Cochabamba y la Conferencia Episcopal solicitó una auditoría ante un triunfo indiscutible. Estas son algunas muestras de lo que deberá enfrentar el nuevo gobierno del MAS, aun cuando la derecha boliviana no muestra unidad.
Perspectivas que se abren
Los triunfos que se desarrollaron en el último mes traen nuevos aires a la región, aunque como contracara Bolsonaro sube su imagen positiva en Brasil a fuerza de intervención estatal sobre los sectores populares mediantes programas asistenciales -y a pesar de su gestión del coronavirus. Ni los proyectos derechistas ni los gobiernos progresistas logran estabilidad en una cuadro de crisis internacional profunda y de choques sociales a partir de la misma.
Cualquier gobierno progresista o hasta solamente moderado que incluso se perfile dialoguista tendrá que enfrentar un asedio derechista (como muestra AF en Argentina), mientras que los gobiernos conservadores que intentan implementar los paquetes de medidas impuestos por el FMI, se encuentran con enormes resistencias populares, como le ha demostrado la Minga Indigena a Duque hace apenas unas semanas.
Se especula con que la victoria en Bolivia, un triunfo de la fórmula promovida por Correa en las elecciones de Ecuador del 2021, un resultado positivo para el gobierno de Maduro en las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela, y los gobiernos más moderados de Alberto Fernandez en nuestro país y AMLO en México, abren un nuevo ciclo de “gobiernos progresistas”, aunque mucho más moderados y con mayores limitaciones económicas que el ciclo anterior.
Sin embargo, si bien el escenario internacional marca límites muy complejos, la profundidad de la crisis empuja también a instalar una agenda que puede ser mucho más radical. La situación excepcional de COVID-19 abre la posibilidad de plantear medidas excepcionales y a su vez hablar de ciclos consolidados en la región podría ser al menos apresurado. Por el contrario, optar por lo posible en un mundo en crisis puede ser una vía segura a la derrota.
Desde nuestra perspectiva se consolida un escenario en donde se profundiza las disputas, la inestabilidad, las resistencias y la polarización. Intervenir considerando todos esos elementos, acompañando siempre las amplias y potentes resistencias populares, apuntalando una agenda que tensiones los margenes de las democracias actuales y con una clara perspectiva anticapitalista, feminista y antimperialista se vuelve clave para acumular fuerzas en alternativas dispuestas a transformarlo todo en nuestra patria grande.